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Entre “chispitas” y preparaciones de terreno

Si bien la mayoría de la atención periodística sobre la nueva presentación de Cristina Fernández en el Calafate de su libro (mintiendo) “Sinceramente”, se centró en sus dichos sobre que el presidente no es “chispita” para gobernar (dicho esto entre paréntesis: ella sí que lo fue, robando lo que robó para su goce personal…!!) y sobre su insistencia en la responsabilidad del periodismo por lo que a su juicio constituye un blindaje de silencio sobre las políticas del presidente, lo que a mí me pareció más sugestivo es algo que la jefa de la mayor banda de corrupción pública que el país haya conocido jamás dijo al pasar: “se vienen tiempos difíciles en la Argentina, vamos a tener que hacer muchos sacrificios…”.

La frase parecería estar escondida detrás del vendaval económico y de lo que la mayoría podría considerar hasta obvio. Pero la intención de resaltarlo es lo que me llama la atención.

Recuerdan que cuando Mauricio Macri asumió la presidencia, la estrategia fue diametralmente opuesta: lo que viene es fácil, nos vamos a levantar en poco tiempo, todo es optimismo y buena onda… Nada de “herencias”, nada de “beneficios de inventario”: nosotros superaremos esto de taquito.

Las expectativas volaron. Lograr materializarlas sería dificilísimo. Siempre la imaginación supera el relato. Todos creyeron que el mundo estaba esperando, poco menos que -escondido detrás de un árbol, para apretar un botón y empezar a inundar a la Argentina de dinero.

Pero no para prestárselo a condición de que se lo devuelvan. No: a traerlo a riesgo propio, porque de todos modos ese “riesgo” había bajado tanto que todos serían buenos negocios en la Argentina.

Cuando ese tipo de cosas empezaron a no suceder (entre otros motivos porque la situación heredada era francamente calamitosa) la comparativa mental contra el horizonte rosa que se había pintado no podía ser más extrema: empezó a nacer la desilusión.

El fascismo es más “chispita” para eso. Como típico producto de la guerra, es allí donde nada como pez en el agua. La guerra es la situación idolatrada por el fascismo. El fascista ama la guerra.

¿Por qué? Muy simple: la guerra le da justificaciones para acrecentar su poder, para hacerlo entendible, tolerable y, hasta en cierta medida, reclamado por un hombre lleno de miedos e incertidumbres.

Pero obviamente, no estamos, gracias a Dios, en guerra. Entonces el fascista debe encontrar un sustituto, un suplente de la conflagración. El suplente ideal de la guerra en tiempos de paz para el fascista es la “emergencia”, la “crisis”: es ella la que le dará plenos poderes; es ella la que justificará que la gente le permita hacer cualquier cosa con tal de que el semidios lo saque de la angustia; es ella la que pondrá el sistema de garantías a un lado porque lo que se impone es la urgencia; es ella la que permite la excepcionalidad, el dejar de lado los pruritos de la ley; es ella la que le da permiso para ir por los patrimonios ajenos… La “crisis” todo lo justifica.

Y es precisamente ese el panorama que Cristina Fernández quiere advertir, exactamente a la inversa de Macri. La jefa preanuncia la llegada de un momento excepcional, de la vigencia de un orden provisorio que enfrente el mal.

El kirchnerismo gobernó doce años bajo el imperio de la “emergencia económica”. Al mismo tiempo que aseguraba ser una especie de maravilla que producía éxito tras éxito, afirmaba que el país seguía en “emergencia”. La “emergencia” es la aliada del fascismo en tiempos de paz. Detrás de cada capitoste que nos convenza de que hay que echar mano a medidas extraordinarias, hay un fascista que busca concentrar todo el poder.

Las masas vivarán la excepcionalidad y el fascista se reirá en silencio de ellos, casi como no pudiendo creer cómo son tan estúpidos. Esa es su “chispa”, su “viveza”: hacer que lo que le conviene a él y no al pueblo sea reclamado por el pueblo. Una increíble paradoja.

Desde el punto de vista del maquiavelismo político probablemente no haya morfología más inteligente del poder que la fascista: el fascista logra que su víctima lo idolatre, pida que lo sodomice, goce con el atraco a su propio bolsillo y admire el enriquecimiento de quien lo domina.

Se trata de un fenómeno político que va más allá del entendimiento humano.

El nublar ese entendimiento es crucial para el fascista y no hay nada que nuble más el entendimiento que la angustia causada por la “emergencia” y la “crisis”. Solo la guerra (repetimos, el estado de vida ideal para el fascista) supera ese estado de atontamiento generalizado.

Este es el terreno que prepara el kirchnerismo. Al revés de Macri, no le interesa trasmitir optimismo. Solo se conformará con saber que ya se ha formado esa enrome masa de zombies asustados que con tal de que alguien lo saque de la “crisis” entregará todo. Hasta su propia dignidad si es necesario. 

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