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El Silencio de los Culpables

Todos recuerdan el éxito mundial de aquella película protagonizada por Anthony Hopkins y Jodie Foster -The Silence of the Lambs- que fue traducida en nuestro país como “El Silencio de los Inocentes”. Pues bien parece que la actualidad de la Argentina se las ha ingeniado –como de costumbre- para dar vuelta todo aquello y proponer “el silencio de los culpables”.

¿Por qué la jefa de la banda no habla? Es curiosa que la dueña de una incontinencia verbal galopante se encuentre callada, encerrada bajo siete llaves.

Seguramente debe haber recibido el consejo de mantenerse con la boca cerrada como un león recibe la noticia de que lo que le espera es una jaula. Porque, conociéndola, debe estar como un león enjaulado.

Pero quienes aún ven en ella la escalera para poder encaramarse en el poder (y ella misma, después de reflexionar que es ese poder el que la puede salvar de ir a la cárcel de por vida) deben haberla guardado en un galpón insonoro para que ni siquiera se escuche su respiración.

Resulta muy extraño un país en donde un personaje demencial recupera imagen por el simple expediente de callarse: se parece a la selección de Polonia que desde que alcanzó el 8vo lugar en el ranking FIFA decidió no jugar más amistosos antes del Mundial para poder mantener su derecho a ser cabeza de serie. Por supuesto su treta le duró poco: fue cabeza de serie pero se volvió a casa a los 10 días. Ojala ocurra lo mismo con quien lideró una asociación ilícita organizada para saquear al Estado.

Por eso, más allá del silencio profesional de la CEO de la banda, lo que no se debe perder de vista es su grosería, su subcultura, el cultivo del crimen como forma de enriquecimiento personal y, por sobre todo, el enorme daño que le infringió al país y a todos y cada uno de nosotros.

Resulta particularmente llamativo que pueda haber hoy personas que afirmen que con “Cristina se vivía mejor”. El país gozó durante doce años de las condiciones internacionales más benévolas que cualquier nación haya disfrutado jamás: precios internacionales de las commodities por las nubes, tasas de interés por el piso, miles de millones robados al campo vía impuestos a las exportaciones… No obstante la Argentina cayó a niveles insólitos: su déficit creció hasta alcanzar los 7 puntos del producto, pasó de ser emergente a economía “de frontera”, nunca salió del default, dilapidó todas sus fuentes de energía hasta que tuvo que importar gas para poder vivir (mientras lo regalaba en el mercado interno); multiplicó por trescientos el número de villas miseria (mientras la señora se congraciaba de que ahora esas “casillas” eran de material y no de chapa, como si eso fuera  lo máximo a lo que un “pobre” podía aspirar); la inflación pasó de cero en la Convertibilidad a más de 1200% a fin de 2015; el empleo público se duplicó y el Estado Nacional y las provincias se convirtieron en aguantaderos de vagos y militantes que siguen aún allí, incrustados en la siempre bien ponderada “planta permanente”; obscenamente incorporó a ella a miles de personas en los últimos días de su gobierno (seguramente para tener más manos y brazos capaces de desvalijar –literalmente- las oficinas públicas a las que los nuevos funcionarios encontraron vacías hasta de toner en las fotocopiadoras).

En fin, un verdadero desfalco. Existen cálculos extraoficales que indican que lo robado durante la década saqueada alcanza la friolera de un PBI completo, más de 500 mil millones de dólares. El primero que lo estimó fue Leonardo Fariña, aquel que muchos ningunearon con el rotulo de “valijero de Baez”, pero que demostró que no es ningún estúpido y que sabe muy bien lo que se traficó durante el gobierno más corrupto desde 1810 hasta hoy.

Pues muy bien, la jefa al mando de esa banda de delincuentes, que está procesada en cinco causas gravísimas (que nadie entiende cómo no avanzan) y que se halla parapetada detrás de fueros parlamentarios que solo un país como el nuestro puede otorgar a personajes de semejante calaña, ha encontrado en el fácil trámite de callarse la boca la vía regia hacia su resurgimiento.

Eso habla mucho de nosotros; un pueblo sin cultura cívica, sin sentido común, acomodado a vivir en el barro de la delincuencia y acostumbrado a codearse con el delito de manera cotidiana; un pueblo cuyo dialecto tanguero, el lunfardo, tiene más del 60% de sus palabras y de sus giros lingüísticos provenientes del idioma del hampa.

Por supuesto sería una vergüenza nacional que semejante táctica tuviera éxito; que esta señora se saliera con la suya por el fácil camino de mantener su bocota cerrada con un broche. Pero mientras esa táctica se desenvuelve, deberíamos preguntarnos por qué ocurre un fenómeno así en la Argentina, por qué es efectivamente posible que un ladrón se reposicione electoralmente por el simple hecho de quedarse callado. ¿Cómo puede ser que si habla pierda votos y si se calla los gane?

¿Estaremos locos los argentinos? ¿O tendremos tanta envidia y tanto resentimiento oculto que preferimos a un ladrón que cultive la demagogia que nos mantiene engañados (aunque contentos) a alguien que, como máximo, no ha encontrado hasta ahora las llaves adecuadas para salir del marasmo y para desarmar las múltiples bombas de tiempo que dejó preparadas la dueña de la maldad?

País extraño la Argentina. No en vano es materia de estudio, a nivel de fenómeno sociológico, en el mundo entero. Falta un poco más de un año para averiguar si ésta estrategia esquizofrénica es efectivamente útil en la Argentina. Si lo es, serán muchos los que verán más claro que nunca que ha llegado el momento de hacer las valijas y decirle adiós a una tierra sin arreglo.

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