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El Papa no para

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¿Qué le pasa al Papa? Es increíble que cada quince días haya un episodio que ponga en tensión la relación del Vaticano con el gobierno del presidente Macri.

Ahora ha sido esta donación para las “escolas”, una iniciativa propia de Bergoglio, con la que Macri quiso colaborar donando poco más de 16 millones de pesos, lo que origino otro conflicto incomprensible.

Parecería que el único que no merece la misericordia del Papa es el presidente argentino. Según sus propias palabras en ocasión de recibir a Hebe de Bonafini, Bergoglio considera que su principal misión en esta Tierra es el perdón. Sin embargo todo indica que el único que no merece nada en ese sentido es Macri.

Lo ha tratado mal desde el mismísimo día en que asumió. No hubo un saludo cálido, personal. No hubo un simple deseo de suerte frente a la responsabilidad nueva.

Todo aquello olió mal. Fuimos muchos los que señalamos la “anormalidad” de esos comportamientos. Se nos dieron mil explicaciones protocolares. Se dijo que no había nada personal entre Bergoglio y Macri.

Finalmente cuando el presidente lo visitó en Roma, solo recibió una cara de disgusto y menos de 25 minutos de reunión. La molestia del Papa era evidente. Y no la ocultó, al contrario, hizo lo posible para que todo el mundo lo advirtiera.

Desde que el presidente asumió, voceros informales de Bergoglio –pero que él nunca desmiente- han emitido opiniones durísimas sobre el gobierno y sobre el presidente. Gustavo Vera es, en ese sentido, el principal abanderado.

Llama mucho la atención que Bergoglio asuma esta postura con un gobierno que ha tenido que recibir una de las peores herencias en materia social de la historia de la Argentina.  Dicho con toda franqueza: no se ven en el gobierno intenciones aviesas como el país se acostumbró a ver durante los últimos 12 años. Uno de los objetivos de su campaña fue “unir a los argentinos”, terminar con una fractura que claramente fue provocada y estimulada por el kirchnerismo para su propia beneficio. Tampoco queda claro como el Papa pudo tener actitudes más condescendientes con un gobierno para el cual una de sus principales políticas haya sido justamente esa división y sea tan duro con otro que se propone la concordia.

En este último caso –el de las escolas- más allá de una obvia desmentida, se sabe que el Vaticano pidió esa colaboración que el presidente decidió transformar en la donación de 16 millones de pesos.  Una vez verificada, el Papa la rechazó bajo el argumento de que no podía aceptarla en un momento en que el dinero era tan necesario para tantas personas en la Argentina. Vera se sumó poco menos que tratando al gobierno de extorsionador, como alguien que pretendía callar la voz crítica de Francisco con billetes. Dijo que Macro trataba al Papa como “un puntero de Berazategui”. La pregunta es si Bergoglio no decidió jugar ese papel por sí mismo, mostrándose como un opositor que tiene, además, la doble ventaja de aparecer al mismo tiempo como un líder religioso y como un jefe de Estado.

Pero lo que sigue sin entenderse –y desde el ángulo que menos se lo entiende es, justamente, desde el lado de la misericordia cristiana- es por qué el Papa ha decidido ser tan duro con Macri; por qué no le da tregua, por qué lo hostiga, si hay algo entre ellos, por qué no lo perdona, por qué no muestra con el presidente ese costado santo que su lugar le impone.

Los que vemos la cuestión desde afuera no podemos menos que observar una rareza: Bergoglio ha tendido su mano a personas que le han robado decenas de miles de millones de pesos al pueblo argentino; que se han enriquecido obscenamente usando los resortes del Estado en desmedro de los que menos tienen y a su exclusivo beneficio; ha recibido con la sonrisa del perdón a quien organizó “juicios populares” contra él, estimulando a que su imagen fuera escupida hasta por criaturas que no entendían lo que hacían; ha perdonado a quienes han entrado a orinar y a defecar en su casa en Buenos Aires, la Catedral; le ha abierto la mano a quien desde la primera magistratura de Estado, maldijo el momento en que el cuerpo de cardenales lo hizo Papa.

Y a este hombre que está intentando ordenar el inmenso desbarajuste a que la Argentina fue sometida; que lo está intentando al mismo tiempo que trata de poner todo el cuidado posible para amortiguar las duras consecuencias que el gobierno anterior nos está haciendo pagar, lo tiene en un arco, siempre apuntado para pegarle un gancho al hígado, siempre en la mira para enfrentarlo a la enorme feligresía con la él sabe tiene una indudable ascendencia.

Se trata de un verdadero misterio. Ni siquiera un eventual enfrentamiento ideológico podría explicarlo, porque claramente Macri y su gobierno no son la expresión de un liberalismo laicista que sea refractario al Papa o al catolicismo.

Tampoco es pensable un escenario de tirria personal porque se supone que los Papas no deben guardar tirrias personales: ante ellas deben interponer su corazón abierto, dispuesto a entender y a perdonar.

En el año de la misericordia, el Papa ha decido ser inmisericorde con el presidente argentino. Solo una única explicación podría poner algo de claridad a este galimatías: que el Papa sospeche que un eventual éxito de las fórmulas del presidente sea interpretado como una derrota  de SUS fórmulas.

La fórmula de Macri apuesta, en efecto, a la creación de riqueza por la vía de la inversión; la fórmula del Papa apunta a la distribución de la riqueza que hay, sacándola de donde está y poniéndola en otra parte.

No es del todo descartable que el Papa se pregunte qué pasaría con el discurso típico del catolicismo si una realidad palmaria le demostrara a millones de personas que la única forma de cambiar la realidad económica de los seres humanos es generar un orden jurídico que favorezca la generación de riqueza y no su simple distribución.

Con todo lo horrible que es esta presunción (que el Papa pueda estar “celoso” de que los métodos de Macri sean efectivos para solucionar el problema de la pobreza y los que él defiende no) no es la peor. En efecto, el buen observador puede ir más allá y sospechar que el Papa tiene este disgusto porque en el fondo sabe que si se deja actuar a alguien con aquellos métodos (y mucho más si se lo ayuda) puede efectivamente lograr una mejora sustancial en la situación socioeconómica de millones. Y si eso llegara a concretarse su peso en la sociedad no sería el mismo. Sería la comprobación final que, desde hace rato, la silla de Roma no se limita a un trabajo espiritual sino que quiere influir en el curso ideológico de los gobiernos, algo muy parecido a hacer política bajo las solapas morales de la religión.

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