
Quizás sea Patricia Bullrich la que más claro tenga lo que está pasando en la Argentina. O por lo menos es ella quien más gráficamente ha descripto no solo lo que esta ocurriendo sino también lo que debería pasar.
La ministra, cuando le preguntaron por algunas cuestiones internas del PRO, respondió diciendo que, en primer lugar, no tiene tiempo para esas minucias y luego lanzo dos formidables imágenes metafóricas.
Bullrich dijo “aquí debería haber un scrum formado por todos los que quieren cambiar lo que ha pasado en la Argentina en los últimos 40 años para empujar en la misma dirección y doblegar al scrum del status quo… Aquí estamos en una instancia de brochas gruesas, no de pincelitos…”
Se trata de dos imágenes gráficas tan fuertes que prácticamente no hay necesidad de explicarlas.
Porque, en efecto, cuando uno ve a gente que se ha quejado -y con obvia razón, por supuesto- hasta el hartazgo de la obscenidad kirchnerista, criticar, con la misma agudeza, supuestos errores del gobierno de Milei (como si fuera obligatorio cumplir con un igualitarismo equidistante para dar fe de imparcialidad) no puede evitar caer en la tentación de preguntarse si esta gente tiene noción de lo que se está jugando aquí.
Y voy a hacer una aclaración porque obviamente muchas de esas criticas provienen del periodismo supuestamente independiente: soy periodista así que no me vengan a dar lecciones de lo que debe ser un periodista. Pero antes de periodista soy un ciudadano harto de la pusilanimidad y la ceguera idiota de una elite que, bajo el techo de la pureza, no duda en poner en un pie de igualdad una concepción que, en el fondo, perseguía reducir al ser humano a la servidumbre, con otra que lo quiere liberar, devolverle el poder y los derechos que jamás le deberían haber quitado y darle la posibilidad, finalmente, de que sea dueño de su propia vida.
Es en esa línea de forwards débiles donde yace el mayor peligro que enfrenta la posibilidad de cambio en la Argentina. No es en el scrum contrario porque ya se sabe lo que hay en el scrum contrario: allí todo será oposición, trampas, palos en la rueda, y hasta orejas mordidas. No se puede esperar nada de allí.
Pero los que se suponen comparten una visión de la Argentina deben entender que este no es el tiempo de los “pincelitos”: aquí brocha gruesa y a la bolsa.
Primero hay que consolidar el scrum propio y empujar con toda la enjundia hasta que el scrum del Antiguo Régimen haya salido de la cancha. Luego, con dos equipos que jueguen el mismo juego, sí llegará el tiempo de los “pincelitos”. Pero ahora no. Ahora toda la convicción debe ponerse al servicio de garantizar el no-regreso del populismo empobrecedor, de la miserable servidumbre kirchnerista.
Y esta regla vale también para todas las líneas del propio gobierno. La cohesión del equipo que secunda al presidente debe ser inquebrantable. Episodios cono el del jefe de gabinete, Nicolás Posse, no pueden volver a repetirse.
La tentación autoritaria en la Argentina es muy grande. También lo es la creencia de que es deber de otros resolver los problemas propios.
El peronismo ha machacado con esa idea durante casi un siglo. La noción de que aquí hay un conjunto de “pobre gente” (no de “gente pobre”, que puede o no ser “pobre gente” según cada caso) sometida por una minoría que solo desea su mal casi por deporte, ha sido instalada en el cerebelo medio del argentino para que, desde ese resentimiento, se apoyara a los redentores (el peronismo) para que -supuestamente-vengan a poner los tantos en su lugar.
Desinstalar esa galladura del hipotálamo nacional es una tarea ciclópea por definición. Una tarea que debe ser casi perfecta porque al menor error la tentación por darnos vuelta y volver a mirar al Estado es muy grande.
Si además de cuidarse como de mearse encima el gobierno debe soportar la crítica muchas veces despiadada de lo que debería ser su propio pack de forwards, entonces el riesgo de que el cambio se aborte es enorme.
No estoy diciendo que todos debamos transformarnos en zombies, seguidores ciegos, sordos y mudos de todo lo que el Presidente indique. Pero, por favor, un poco de memoria y misericordia.
El gobierno de Milei es el primero en toda la historia del país (o sea no solo de la relativamente reciente “historia democrática”) al que el Congreso no le aprueba una sola ley en el primer medio año de gestión. Nada. Cero.
Ese solo detalle debería ser un enorme amortiguador para todo el que quiera criticarlo. Antes de hacerlo, quien se lo propusiera, debería ver lo que el Presidente planteó para enfrentar los problemas y lo que el Congreso le permitió. Concluido ese análisis (si es que se hace de buena fe) como mínimo habrá que concluir que Milei no ha tenido la oportunidad de que su idea sea siquiera probada. Y aquí repito por enésima vez: en términos de soluciones de fondo (en los terrenos tributarios, previsionales, laborales, comerciales, administrativos y hasta cambiarios)lo que el presidente puede hacer sin la sanción de leyes es muy poco. Y muchísimo menos si se compara eso que puede hacer con la magnitud que tienen los problemas que hay que solucionar.
Entonces, de nuevo, un poco de juego limpio, señores. ¿Ustedes me quieren convencer de que en el altar del periodismo equidistante debe quemarse la objetividad de este análisis?
En términos norteamericanos, ¿no será que quienes quieren dar cumplimiento a rajatabla a las reglas del no-biased son los más biased de todos? Es decir, no será que quienes quieren jugar el papel de “justos imparciales” y del “digamos todo” son los más parciales de todos y quienes detrás del “digamos todo” en realidad quieren boicotear el cambio?
Comparar el desafuero kirchnerista contra cualquier otra cosa es, de por sí, un acto temerario. Pretender poner en un pie de igualdad, en aras de la equidistancia y de la corrección política, la grosería totalitaria con un gobierno a quien la resistencia de los privilegiados no le dio nada, me hace sospechar del republicanismo de quienes se venden como los verdaderos republicanos.
La brocha gruesa que reclama Bullrich ya ha marcado -aun con imperfecciones y con errores- los campos que se presentan delante de los argentinos.
El país fue pensado sobre las bases de la libertad, del ingenio individual, del desafío a lo desconocido y a la aventura de la vida. El temor pusilánime que el peronismo le inoculó a la mentalidad argentina sacó a la Argentina de la senda del desarrollo y la puso en la senda de la miseria. Lamentablemente la infección fue generalizada. Si hoy el país no es un conjunto de ciudades prosperas unidas por modernas autopistas y con todos los enseres del confort a la mano de cada argentino, es porque una mayoría social conquistada por el peronismo para su propio beneficio, así lo decidió. En ese escenario decadente no intervino ni la maldad de otros ni los designios de terceros países. Fuimos nosotros.
La pujanza del país fue abortada porque el peronismo convenció a millones de que los que eran el motor de la pujanza eran, en realidad, unos pocos explotadores que privaban al pueblo de lo que le correspondía.
La historia ha probado -con el hundimiento de más de la mitad del país en la pobreza- que aquel ha sido un verso demagógico que solo sirvió para que, eventualmente, los “millonarios” cambiaran de nombre. Pero que, en realidad, consolidó un sistema en el que el hombre común pasó a estar muchísimo peor de lo que supuestamente estaba bajo el sistema “explotador”.
Cuando los más bajos instintos humanos -como la envidia y el resentimiento- se encienden (y más cuando se los fogonea a propósito para que esa bilis no decaiga) el esfuerzo que hay que hacer para apagarlos debe ser compacto, sin fisuras, constante y con la potencia que da la unión y la consistencia.
Si el primer intento en un siglo para volver a las raíces de la Constitución se vieran abortados por el repiqueteo idiota de una élite culturosa que en muchos casos vive porque el aire es gratis, la Argentina habrá completado un ciclo de autodestrucción jamás visto en la historia humana: uno que no se conformó con hacer pasar al país del desarrollo al subdesarrollo sino que, cuando tuvimos una ventana de oportunidad para recuperarnos, la saboteó con alma y vida hasta cerrarla sin vuelta atrás.
Después de la experiencia del gobierno de Mauricio Macri el país no debería dudar acerca de lo que ocurre cuando, en aras de la corrección política, se transige con el Antiguo Régimen saboteando las raíces del nuevo. Tampoco debería haber dudas de que ese sabotaje suele provenir de los propios que, con una cobardía inexplicable le entregan al totalitarismo armas que este no duda en usar para regresar.
Sencillamente apelo a que el “pincelitio” no aborte a la brocha gruesa y a que la debilidad del scrum propio no le entregue el territorio, una vez más, al scrum de la miseria.
👌
Pero..🤣
Sin denostar a toda la política será más fácil