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Cuenta regresiva para Puerto Rico

Los recientes hechos ocurridos en Puerto Rico, con los horribles audios que incluían al Gobernador y a otros miembros del gobierno haciendo comentarios repugnantes, las reacciones de la gente y la posterior renuncia de Roselló preanuncian -ojalá me equivoque por el pueblo de Puerto Rico- el comienzo de lo que puede ser un final dramático para la isla.

Visto el problema en retrospectiva, no se puede creer cómo todas las partes involucradas no vieron el escenario con anticipación y actuaron con madurez para evitar lo que puede ser el nacimiento de una nueva nación miserable en el Caribe.

Puerto Rico era una posesión española que pasó a jurisdicción norteamericana como resultado de la guerra hispano-americana de 1898.

Desde ese momento y hasta 1952, Puerto Rico fue una dependencia de los EEUU gobernada por un militar designado por Washington.

En 1952, los EEUU crearon el “Estado Libre Asociado de Puerto Rico” por el cual la isla tendría su propia Constitución como cualquier estado de la Unión, elegiría su gobierno (como cualquier estado de la Union), los puertorriqueños serían ciudadanos norteamericanos y las leyes y la Justicia federal norteamericana serían aplicables en la isla. 

Puerto Rico tendría un representante con voz pero sin voto en el Congreso federal y podría pedir su anexión a la Unión por el voto favorable de un referéndum respaldado por una votación de la Legislatura de la isla.

Desde ese momento y por los siguientes 40 años el PBI puertorriqueño se multiplicó 10 veces y el estándar de vida de la isla superó por mucho el de sus vecinos caribeños, muchos de los cuales se debatían en la miseria y la indigencia.

La política puertorriqueña se dividió rápidamente en tres partidos principales: el partido Popular Democrático (el equivalente al Partido Demócrata) partidario de continuar con el status de Estado Libre Asociado; el partido Nuevo Progresista (el equivalente al Partido Republicano) partidario de la anexión a EEUU; y el partido Independentista, partidario de la independencia.

Históricamente entre los dos primeros han reunido el 95% del electorado.

Durante todos estos años, Puerto Rico pidió formalmente no menos de tres veces su anexión a la Unión como estado número 51.

La ceguera de Washington y la corrupción en ambos partidos principales de la isla lo impidieron.

EEUU cargará sobre sus espaldas una enorme responsabilidad si a partir de ahora se desarrollara en ese lugar un nuevo foco de populismo demagógico y miserable. Y los políticos puertorriqueños también.

Los primeros por haber interpuesto razones estúpidas que bloquearon la iniciativa y los segundos por haberle dado a los primeros suficientes motivos para creer que sus razones eran ciertas. 

Como sea, a partir del nuevo siglo la isla entró en un profundo estancamiento. El partido Nuevo Progresista pugnó por la anexión, pero Washington ni siquiera la trató.

A su vez muchos en la isla siguieron creyendo que el “Commonwealth” era el mejor de los mundos porque PR recibía ayuda federal pero solo pagaba los impuestos locales, a diferencia de lo que ocurre con los estados plenos que también deben pagar tributos federales.

Ese statu quo generó un visible quedo en el nivel de vida que habría hecho de PR el Estado más pobre de los EEUU si hubiera estado incorporado.

Para empeorar la situación, en septiembre de 2017 Puerto Rico fue azotado por uno de los peores huracanes de la historia: el huracán Maria.

La Administración Trump manejó muy mal la situación. Generó mucho dinero en ayuda pero los controles fallaron notoriamente (incluida la comisión de control financiero que había constituido Obama) y los políticos corruptos de Puerto Rico se robaron gran parte de los fondos.

Para colmo, hace semanas se conocieron los audios de las autoridades burlándose de los muertos, de los homosexuales, de las mujeres y de la pobre gente que había perdido todo.

Lo demás es conocido: el alzamiento popular, la renuncia del gobernador y la palabra “revolución” como sinónimo de triunfo de lo bueno frente a lo malo.

Si en estas condiciones surgiera un movimiento de repudio a los EEUU, de independencia completa, Puerto Rico podría iniciar un proceso de latinoamericanizacion -en el peor sentido de la palabra- enviando a la isla a las condiciones de miseria tan conocidas en la mayoría de sus vecinos del Caribe.

Se me dirá: “¡Pero si Puerto Rico ya estaba en la miseria y EEUU no hizo nada para evitarlo!”

Eso es, lamentablemente, parcialmente cierto. En efecto, Washington subestimó la situación, no estuvo dispuesto a absorber como propia, de modo suave y ordenado, una cultura distinta y hoy puede estar presenciando el embrión del nacimiento de un foco populista revolucionario en su patio trasero.

Con esto no quiero disimular lo horripilante de la política interna de Puerto Rico. Pero una mano experta en Washington podría haber abortado este peligro hace muchos años. Solo la ceguera, el prejuicio, la discriminación y una increíble estupidez han hecho posible que este peligro esté presente hoy.

La izquierda es un virus que no tiene demasiados reparos en utilizar cualquier elemento que pueda ayudarla a conseguir sus objetivos: cualquier disfraz será útil si es conveniente a sus intereses. Los conocemos de memoria. No necesitan que nadie les regale torpezas para intentar un zarpazo. Pero si algún idiota lo hace no mostrarán ningún escrúpulo para usarlas a su favor.

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