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Caras de piedra

fito

Este último fin se semana un conjunto de artistas y cantantes que se caracterizan por su adhesión al gobierno kirchnerista, convocaron a una representación en Parque Saavedra bajo un lema (que incluso difundieron por televisión, vaya uno a saber con el financiamiento de quién) al que hay que prestarle mucha atención.

Con una mezcla de caras de circunstancia o de felicidad según quien fuera el personaje que pronunciaba esas tres palabras repetían: “por la alegría, por el trabajo, por la libertad”.

Confieso que tuve que restregarme los oídos para ver si había escuchado bien. ¿Alegría?, ¿trabajo?, ¿LIBERTDAD? ¿Era acaso un chiste?

No, no. Como para que no quedaran dudas eran más de veinte los personajes que aparecían en pantalla… “Alegría, trabajo, libertad…”

Comencemos por la alegría. Hace mucho que no había en la escena política argentina una generación de menos sentido del humor que el kirchnerismo. Siempre con cara de traste, emitiendo sarcasmos e ironías ácidas, propias del que no destila otra cosa que veneno, hablando en muchos casos, concretamente del odio de clases y, en otros, dejando entrever un rencor bilioso escondido en los rincones más íntimos de las vísceras.

Siempre insultando, bastaba ver los comentarios de cualquier red social para darse cuenta el concepto que los kirchneristas tenían de la “alegría”.

Tanto fueron a ese cántaro con sus bocanadas de fuego que no tardaron mucho en contagiar a todo el país de esa lógica insana. ¿Puede llamarse a esos “alegría”?, ¿puede decirse que esos personajes buscaban la “alegría” del país? Siempre con dobles mensajes, siempre con mordacidad,  con esa socarronería barata, que confunde la gracia con el insulto camuflado.

Se utilizaron todos los medios para infundir esa rabia en la sociedad. Y cuando digo todos, me refiero, efectivamente, a todos. Ne se escatimaron ni los dibujos animados para los chicos. Hubo de todo en el manual fascista de esparcir la división. ¿Alegría? ¡Por favor!

¡Y qué decir del trabajo! En los últimos cuatro años no se generó un solo puesto de trabajo en la actividad privada, la única fuente productiva real de una economía. Se destruyeron industrias enteras, como la frigorífica o la de la leche, por ejemplo. Las economías regionales sucumbieron tras los deditos levantados de la “lumbrera”, el ex ministro de economía Kicillof.

Al mismo tiempo se inundó el Estado de agentes a cargo de la sociedad. La planta de la administración central se cuadriplicó. En el país, directa o indirectamente 18 millones de personas viven de la administración pública. ¿Es eso acaso una alegoría del trabajo deseable?

Y finalmente la libertad. ¡Hay que tener la cara bien de piedra para siquiera pronunciar esa palabra siendo partidario del gobierno que terminó el 10 de diciembre!

El gobierno que protagonizaron los Kirchner ha sido el mayor peligro para las libertades individuales y los derechos civiles que haya conocido el país, probablemente después de las dictaduras militares. Cientos de derechos fueron restringidos. La amenaza permanente de la cárcel, de la persecución, del silencio, de la pérdida del trabajo, eran todas posibilidades en la baraja de los opositores.

Las regulaciones estúpidas que atrofiaron la economía por prohibirlo todo, por imponer la necesidad de un permiso para todo, por cerrar las puertas de la inventiva y de la creatividad a fuerza de sospechas y de ideologismos estúpidos…

Los ataques a quienes pensaban distinto, el destinar recursos públicos para linchar públicamente a los disidentes, las fuerzas de choque que impidieron presentaciones de intelectuales, de periodistas, de escritores…

¿Libertad?, ¿libertad…? Ustedes no tienen derecho a hablar de ella. Sería una paradoja, pero casi se podría decir que no tienen libertad para pronunciar la palabra “libertad”. Es muy grande para ustedes. Les queda mal.

Pero esto nos tiene que valer como llamado de atención. Muchas veces cuando un dicho o una cita tienen muchos años y se han repetido mucho, parece que han perdido esa frescura que tienen las originalidades para causar un buen estrépito; para dejar esa marca indeleble que generalmente tienen las nuevas ocurrencias.

Pero la cita goebbeliana “miente, miente, miente, que siempre algo quedará” no debería ser archivada porque fue dicha hace muchos años y fue repetida muchas veces.

Probablemente no haya otra frase que resuma mejor el efecto “gota china” que tiene la mentira: finalmente horada la piedra, le deja un agujero, la penetra. Por más dura que sea la roca el efecto repetición hace su trabajo y deja su huella.

Ayer en su comentario editorial de La Nación, Jorge Fernández Diaz escribía “Esta semana se conoció también una carta que académicos ingleses, norteamericanos, alemanes, franceses y suizos emitieron (con letra local), donde se le comunica al mundo “el rumbo antidemocrático y represivo” de la nueva gestión: “nadie puede salir sin documentos a la calle” (sic) y cunde un “clima que no se conocía desde los años sangrientos de la dictadura militar.”

También fue el ámbito internacional el que eligió el retorcido relato de los derechos humanos para instalar la mágica cifra de los “30000 desaparecidos” cuya mendacidad acaba de reconocer Luis Labraña, el inventor de aquel número, un ex montonero, en una nota que publicó el diario Perfil.

El proceso de retorcimiento de la realidad no cesará. Frente a él solo se puede estar atento y tener memoria respecto quien lo ensaya.

“Por la alegría, el trabajo y la libertad…” No tienen cara. Pero lo único que frenará el triunfo de un nuevo relato mentiroso es la atención y la guardia alta. 

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