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¿2015 ó 2019?

Pedro Lázaro Fernández / Clarín

Lo que no se hace en su debido momento en algún momento se hace. Pero ya no es lo mismo. Ni los efectos son los mismos, ni las circunstancias son las mismas, ni los resultados esperados son los mismos.

Es como aquel que a los veinte años no se mandó alguna “locurita”: pues bien en algún momento se la va a mandar. Pero todo aquello ya quedará descuadrado. Dependiendo de lo que sea, se verá, incluso, ligeramente ridículo en algunas ocasiones.

Fue la sensación que tuve hoy al escuchar al presidente. Si bien muchas de las cosas que dijo son ciertas -es más, son verdades inapelables- decirlas hoy cuatro años después le hace perder fuerza al argumento y porte a quien lo dice.

Nunca desde 2015 escuché decir las palabras “2015” tantas veces como hoy. El tema es que eso habría que haberlo dicho en 2015, ni bien asumió el marasmo monumental que habían dejado la jefa de la banda y sus secuaces.

Dijimos eso desde el primer día. Nunca entendimos, desde éstas columnas, como el gobierno jugando un “buenismo” inexplicable no nos hizo saber la condición real del país. Con pelos y señales, como debía hacerse. Como en parte se hizo hoy.

Se dijo por entonces que el gobierno no podía dar malas noticias ni trasmitir un panorama sombrío cuando la gente estaba tan esperanzada.

Es verdad, la gente estaba esperanzada. Pero también estaba harta de que le mientan; estaba saturada de un discurso obsesivo que le había ocultado la realidad durante más de una década.

Era la oportunidad para tratar a los argentinos como adultos y hablarles con la sinceridad que los adultos deben tener para poder enfrentar los problemas y resolverlos.

El gobierno, por el contrario, apostó a un trato adolescente con la sociedad y decidió no contar lo que había debajo de la alfombra kirchnerista.

Producto de eso hoy tenemos que soportar los gritos de Fernanda Vallejo y de Agustín Rossi, las “caras” de Axel Kicillof, todos ellos un conjunto de impresentables e ignorantes que han sido cómplices de una banda de ladrones y además portadores de una ideología del fracaso, la miseria, la pobreza y la dictadura.

Sí, sí, leyeron bien: de la dictadura. Porque si bien no lograron perfeccionar, gracias a Dios, sus objetivos últimos aquí, queda muy claro a qué regímenes internacionales apoyaron y apoyan; qué clase de monigotes respaldan y cuál es el nivel de vida que tienen los pueblos  cuyos gobiernos dictatoriales ellos respaldan.

Todo lo que vivimos hoy se habría evitado si el gobierno de Cambiemos hubiera comenzado con una descarnada visión del estado de la Argentina en diciembre de 2015. Con la verdad no temo ni ofendo, dice el dicho. Y eso exactamente es lo que el presidente Macri debió hacer ni bien asumió: enfrentarnos con la verdad. Seguramente la sociedad no solo lo hubiera apoyado sino que habría recibido una notificación fehaciente de cómo se encontraba, cuán largo sería el tratamiento y cuan profunda la cirugía para dar una vuelta de campana al estancamiento argentino.

El argentino es un ser particular. Amigo del chiste fácil, la bravuconada, el grito, el bullying público, el cancherismo de a muchos y la apuesta a vivir de la viveza, es un ser que se acostumbró a la demagogia barata.

Prefiere escuchar mentiras y nombres de responsables ajenos antes de admitir parte de la culpa o, claro está, mucho menos, toda la culpa. Ese costado sociológico también debió ser asumido por el gobierno de Cambiemos en diciembre de 2015 presentando una estrategia inteligente que lidiara con esas características paupérrimas de la Argentina y de los argentinos.

Cambiemos no fue elegido para continuar con el populismo: fue elegido para terminar con él.

En defensa del presidente digamos que en la segunda vuelta de noviembre de 2015 superó a Scioli por apenas algo más de 700000 votos. En un proceso aritmético simple podríamos concluir entonces que solo 700000 argentinos querían cambiar, ya que el resto de los 12 millones por lado se neutralizan mutuamente. Eso es cierto.

Pero también es cierto que los que integraron la Generación del ’80 fueron bastante menos que 700000 (o el número proporcional que corresponda según la población de aquella época) y sin embargo cambiaron el país en el curso de dos décadas. En 1896 la Argentina era el primer PBI per cápita del mundo.

Y lo hicieron diciendo la verdad: el país no tendría futuro si se seguía rigiendo por las leyes de la Casa de Contratación de Sevilla y sobre todo por el espíritu rentista y colonial que imperaba en la mentalidad media de ese momento, que Alberdi no dudaba en calificar de paupérrima.

Quién sabe qué efectos tendrá ahora el llegar con un balance tardío de lo que se recibió. Ese mismo estado de cosas -que no se blanqueó- fue en gran medida lo que impidió que se instrumentaran las modificaciones de fondo que se precisaban.

Y era lógico: ¿cómo se iban a instrumentar medidas de semejante profundidad si no se había admitido lo mal que estábamos y la urgencia con las que las necesitábamos?

Hoy el país escucho un discurso hecho de buena fe, pero desfasado en el tiempo. Y el tiempo no permite que jueguen gratis con él.

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