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Una idea para el viaje de Macri

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Lamentablemente la seguridad sigue siendo uno de los problemas más graves que enfrenta la sociedad argentina cuando se compara cómo a cada uno de nosotros le gustaría vivir y cómo vivimos en realidad.

Obviamente que al resultado que vemos hoy confluyen una serie de factores de los cuales se ha hablado hasta el hartazgo, en temas que cubren desde la educación y la alimentación, hasta la psicología individual, el tipo de ley aplicable y las retorcidas teorías de laboratorio que, lamentablemente, han tenido entre nosotros más aplicación que en los lugares donde aquellos Frankensteins las diseñaron.

Pero lo cierto es que hoy llegamos adonde estamos por una mixtura de indolencia, ideologismo barato y falta de aplicación de las leyes -no de las que serían ideales que existan- sino de las que ya existen.

En efecto, en una incomprensible conducta judicial que en muchos casos, para mi modo de ver, es tan delictiva como la que esos mismos jueces tienen que juzgar, más magistrados de los que serían recomendables han mandado a la calle a miles y miles de delincuentes peligrosos, declarados culpables por la propia Justicia sin que se cumplan los requisitos para que esa liberación pudiera tener lugar.

Ya comentamos en estas mismas columnas nuestra sugerencia de hacer un simple agregado al Código Penal para castigar con 20 años de prisión efectiva y una multa igual a 30 veces su ingreso anual, al juez que liberara a un condenado sin que los extremos más exigentes de ese permiso fueran verificados y cuando el delincuente, estando de nuevo en libertad, cometiere cualquier delito en cualquiera grado de participación.

Para ser concretos con los ejemplos, si esta disposición estuviera vigente el juez Rossi de Entre Ríos debería estar preso 20 años y sus bienes embargados hasta alcanzar el tope de 30 veces su ingreso anual por haber liberado sin justificativo alguno y con informes peritales en contrario, al violador Wagner que terminó asesinando a Micaela.

Pero otras veces estos impresentables con toga han echado mano a argumentos aún más inverosímiles para soltar delincuentes: han dicho simplemente que no hay lugar dónde ponerlos.

Y lo más dramático de esta situación es que, en efecto, la Argentina no tienen suficiente superficie carcelaria para mantener a los malvivientes a la sombra.

De modo que las cuestiones que han escalado a discusiones parecidas a las que se proponen averiguar cuál es el sexo de los ángeles, tendrían, paradójicamente, una solución mucho más “arquitectónica” que filosófica: hay que hacer más cárceles. Tan simple como eso. Más superficie carcelaria en todo el país. Con toda la mejor tecnología, el mayor confort acorde a una cárcel, completamente limpias y dignas, pero cárceles; cárceles al fin.

Por su puesto que son conocidos los antiguos y tradicionales métodos de construcción que aún se utilizan en la Argentina, en donde levantar un edificio de 10 pisos lleva como mínimo cinco años, en el mejor de los casos que los fondos de financiación fluyan como un rio  cristalino.

Por esos métodos tardaríamos una eternidad en construir las cárceles que necesitamos, que yo estimo en 30 en todo el país (una al menos por provincia y tres en GBA)

Por eso entiendo que el presidente (o más que él el equipo que lo acompañará en su viaje a EEUU) debe negociar con ese país la concesión de créditos de largo plazo y también la construcción de esas 30 cárceles en un plazo de dos años. Con los métodos de construcción norteamericanos la meta puede lograrse con toda facilidad.

La operación podría incluir un régimen de administración de esos establecimientos por entidades profesionales de ese país que, por supuesto actuaran bajo las leyes argentinas y la dirección de los servicios penitenciarios de cada jurisdicción a los que, de paso, podrían adiestrar, purgar e instruir.

Las resistencias a la mera idea de expresar este aspiración son obvias: los EEUU, cárceles, administración e instrucción delegadas a extranjeros… En fin, a la idea se la puede destruir fácilmente echando mano a los típicos argumentos “nacionales y populares” de la demagogia.

Pero lo cierto es que cuando este país era un yermo desierto y analfabeto y cuando su principal preocupación no eran los pistoleros sino la ignorancia, Sarmiento recurrió a lo más empinado de la educación de la época -los maestros de Boston- para educar a los argentinos. No hace falta explicar por qué Sarmiento se ganó el título de “padre del aula”.

De modo que el presidente podría aprovechar su viaje para incluir esta idea. Por supuesto que no tiene la aparente entidad de las propuestas para Vaca Muerta, para los limones o el biodiesel argentino o la aparentemente pomposa presentación que Macri lleva a Trump para encarar el laberinto venezolano.

Pero es una idea práctica, posible de conseguir y que apunta a la que aún es la mayor aspiración nacional: caminar tranquilo por la vereda y entrar y salir sin miedo de las casas.

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