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Un poco de picardía

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Como siempre el papel del peronismo en la política argentina juega un papel relevante en lo que vaya a ocurrir, incluso con la suerte económica del gobierno y del país en el futuro cercano.

Ayer más de 50 intendentes que pertenecen al FpV se reunieron con Cristina Fernández en un hecho que los comentarios políticos destacaron como llamativo.

Obviamente parte de esa sorpresa se neutraliza cuando se repara en el hecho de que efectivamente constituyen la retaguardia de un poder residual que aún mantiene lazos con la que fuera su jefa. Por más que los tiempos en la Argentina parezcan más largos que en otros sitios, lo cierto es que hace relativamente poco que Fernández era la dueña y señora de todo y de todos y que no era esperable que ese puñado de gente le diera la espalda a su convocatoria.

Dicho esto (con lo que se elimina algo de la “espectacularidad” que se le pretendió dar al hecho) hay que reconocer que el kirchnerismo sigue mostrándose hábil para mantenerse vivo en la adversidad y descaradamente convertir lo que en cualquier lugar del mundo sería motivo de vergüenza en una oportunidad que lo favorezca.

Así ocurrió decenas de veces mientras gobernó, veces en las que uno no podía creer la capacidad que tenía para dar vuelta las cosas como una media. Pues bien, no ha cambiado en eso; sigue igual.

El kirchnerismo convirtió en una plataforma de relanzamiento político de su líder lo que era un pedido de explicaciones de la Justicia sobre la comisión de delitos penales serios. De nuevo: lo que en cualquier país sería un motivo de vergüenza, aquí el kirchnerismo lo convierte en una virtud.

Eso, en política, se llama ocupar los espacios que otros dejan vacío. Y no me refiero a la circunstancia concreta de que el gobierno no hizo nada el día de la indagatoria pedida por Bonadío: eso, probablemente, haya sido hasta incluso inteligente, porque a una parte de la sociedad le permitió corroborar lo que pensaba de Fernández antes de las elecciones y a otra parte llegar a dudar hasta si está en sus cabales.

Lo que quiero decir es que el kirchenrismo vio la posibilidad de presentar esta cuestión como un elemento para contrarrestar la posición del gobierno y comenzar a retrucarlo desde un atril. Y aquí es donde vuelve a surgir lo que decíamos ayer respecto de la necesidad de que Cambiemos juegue alguna ficha política, más allá de la vocación por la gestión que tiene el presidente.

El peronismo llamado moderado o racional está a la expectativa. Ya sabemos que no tendría demasiados escrúpulos en hacerse macrista o kirchnerista según sea lo que le marque el pulso de la sociedad. Ese peronismo racional (Urtubey, Pichetto, Massa, etc) está en el lugar que más le gusta: el de quien se siente tironeado.

El punto es que, según parece, el gobierno no está muy convencido de que sea útil gastar energías en tironear a ese peronismo y está dejando hacer, recostado en la idea de que la gente verá el espectáculo que tiene enfrente y decidirá bien.

La historia de la Argentina no está del lado de Macri y de su equipo de sociólogos. Si la sociedad tuviera un record de decidir bien, el país no habría llegado al punto que llegó, de modo que las conclusiones que está sacando el gobierno son en alguna medida irreales.

Muchas de las posturas que Macri está recibiendo de sus asesores se basan simplemente en el hecho de hacer lo contrario a lo que hacía el kirchnerismo, sin mucho análisis de los por qué: si los Kirchner hacían “negro” hagamos “blanco” y si hacían “blanco”, hagamos “negro”. Alguien debería decirles que las cosas no son tan simples.

El gobierno debe partir de la idea de que la sociedad le puede haber dado una oportunidad porque estaba cansada de las obscenidades del kirchnerismo, pero, en el fondo, comparte más esa visión dirigista, paternalista, estatista, anti empresas, anti negocios, anti Occidente y anti libertad que la opción que ofrece Cambiemos. Puede haber comprado el discurso de Macri en parte por hartazgo y por colapso y en parte por el empalagamiento de tanta corrupción, pero en la medida en que no vea una acción que dé resultados en los bolsillos, comenzará a reclamar nuevamente un papá salvador.

Lo mismo en materia moral y en cuestiones que se relacionan con delitos cometidos por funcionarios. De allí la deseperación kirchnerista por instalar la idea de que todos son iguales y de que Macri también es un corrupto.

Si Cambiemos no diseña una rápida estrategia de comunicación y de sutil llegada a ese inconsciente paternalista que la sociedad tiene metido en su propia médula, el peronismo racional terminará al lado de Fernández. Es el mensaje que los Peña y los Durán no terminan de entender. Deben creer que la sociedad, de repente, se volvió australiana.

Es curioso, pero lo que debería diseñarse es un curso de acción para que, satisfaciendo el costado estatista de la sociedad, se la lleve, al mismo tiempo y casi imperceptiblemente, a mayores dosis de libertad y de capacidad de decidir por sí misma. Porque en el fondo ése debería ser el objetivo final que se ponga el gobierno: terminar con la dependencia que los individuos tienen del Estado (que desemboca en funcionarios que se encarnan en él, convencen a todo el mundo de que son “la Patria” y de paso se la llevan toda)

Lograr ese objetivo sería la verdadera revolución en la Argentina. Pero para lograrlo hay que ser perspicaz y no suponer que la sociedad ya cambió; hay que admitir que votó un cambio para ver qué pasaba pero no cambió diametralmente lo que ha pensado en, por lo menos, los últimos 60 años.

El presidente debe advertir esto rápido. Y lo debe advertir él. Está visto que quienes lo rodean en su equipo de comunicación tienen una visión mucho más inocente de la política argentina. Y no es con inocencias cómo se enfrenta a aquellos a los que los escrúpulos los tienen sin cuidado.

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