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Siempre mirando hacia adelante

En otra muestra contundente de que lo único que lo preocupa es el progreso, el mañana y el desarrollo, el presidente Fernández adelantó en Europa su idea de imitar la ley Garré de la Provincia de Buenos Aires según la cual se trasforma en delincuente a todo aquel que no diga que en la Argentina hubo 30 mil desaparecidos.

Como se sabe, esa historia es falsa -demostrada hasta el cansancio por la mismísima Graciela Fernández Meijide-  y construida al solo efecto de que las organizaciones posguerrilleras pudieran tener financiamiento europeo.

“Cuando las madres llegan a Europa”, le dijo Luis Labraña, un  ex montonero asilado en Holanda, al diario Perfil en diciembre de 2014, “lo hicieron con una lista de 3700 o 4700 desaparecidos y piden ayuda. A los holandeses, que tuvieron 6 millones de muertos judíos en los campos de concentración, esa cifra les parecía poco y con eso se complicaba el apoyo económico”. En ese sentido, relató que “por lo tanto se empezó a discutir, en los bares, en la colonia de argentinos, en la comisión de solidaridad por la Argentina, si 7 mil, 8 mil, 12 mil y yo simplemente dije: ¿por qué no ponemos 30 mil?”.

Todo esto está documentado por Fernández Meijide en “Historia íntima de los derechos humanos en Argentina” en donde la autora relata como Eduardo Luis Duhalde creó la figura del genocidio para pedir en Europa dinero para las organizaciones de “derechos humanos”.

No se sabe si Fernández tiene en mente meter presa a Graciela, pero lo cierto es que introducir en la mente de los argentinos falsedades atómicas y encima prohibir por ley a todo aquel que se proponga demostrarlas se parece mucho a aquello que se dice aborrecer, es decir la dictadura.

Atacar de semejante manera la libertad de expresión y de pensamiento conlleva, como dice José María Rodríguez Saráchaga, la confesión tácita de que lo que se dice es mentira: si para sostener un número debo echar mano a la compulsión de la ley, es porque el número es falso.

Pero lo que es más preocupante aquí (porque la evidencia material es tan conmovedoramente contundente respecto del número de personas que mató la dictadura que no valdría la pena perder mucho más tiempo alrededor del tema) es confirmar por dónde andan los pensamientos del presidente.

Creer que la Argentina va a salir del pantano en qué se encuentra -luego de que las ideas que profesa el presidente la metieran en él- por la vía de anclar la energía del país en discutir este nivel de pelotudeces confirma lo lejos que estamos de las soluciones.

Volver sobre esta discusión, que abre heridas que deberían estar cicatrizadas, no nos hace llegar a otra conclusión que no sea la de que al presidente y a su grupo de pertenencia les conviene tener justamente esas grietas vivas.

Resulta a esta altura obvio que azuzando ese odio visceral de unos argentinos contra otros, ellos salen victoriosos en todo lo que tenga que ver con el mantenimiento del poder. Resulta lamentable que ese mecanismo sea también compatible con lo que hacen las dictaduras o, como mínimo, los autoritarismos personalistas. Introducir factores de rencor y mantener abiertas las diferencias del pasado es clave para que gente como esta consolide su poder.

Lo de los 30 mil desaparecidos fue una farsa. Ya todo el mundo lo sabe. La razón de su invención fue aún más innoble: lo hicieron por dinero. Pero el tema hoy no es ese. El tema es que la Argentina se desbarranca en un océano de pobreza que no va a resolverse si las autoridades tienen la cabeza puesta en semejante impostura.

Por lo demás, resulta obvio también que la alternativa de tornar compulsiva una creencia (encima falsa) por ley va contra el camino que, justamente podría salvar a la Argentina del marasmo, esto es, la libertad.

Si el Estado ya no se va a conformar con controlar casi el 60% de la economía formal (y más del 75% si tomamos la totalidad del movimiento económico) sino que también se va a meter con lo que opina cada argentino, incluso aquellos que han investigado profundamente una cuestión y tienen pruebas irrefutables para respaldar sus posturas, entonces el país se convertirá en una jaula de tal dimensión en donde no germinará, ya no solo el fruto del trabajo, sino ni siquiera las ideas.

Lo que dijo Fernández en Europa es algo mucho peor que ser peligroso: es una imbecilidad de tal magnitud que nos permite tener una idea indirecta de por dónde anda el pensamiento del presidente. Y si la cabeza de quien conduce el país (¿?) anda por estos senderos oscuros, anclados en lo peor de la historia, caracterizados por las amenazas y por las admoniciones -basadas encima en falsedades demostradas- la Argentina habrá elegido una marioneta con la que habrá perdido otros cuatro años.

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