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Propinas

La insólita sugerencia de la diputada Carrió para paliar el particular momento argentino, invitando a la clase media a dar más y mejores propinas y a aumentar las “changas” resulta francamente sorprendente.

En primer lugar, porque sugerir un mecanismo excepcional como uno de los caminos ideales para superar este momento da cuenta -en el mejor de los casos- de cierta desorientación que no es buena y cuya imagen pone en duda no solo las convicciones del gobierno sino la instrumentación de una solución.

En segundo lugar, porque da cuenta de una abstracción de la realidad que tampoco ayuda. Allí apareció ya Margarita Stolbizer diciendo que los dichos de Carrió sirven para interpretar la “concepción” que el gobierno tiene de los pobres a quienes pretende conformar con limosnas y migajas. Esa afirmación es francamente alarmante, viniendo de quien viene, porque, en efecto, son las teorías que Stolbizer defiende y ha defendido siempre las que tratan al pobre con desdén y pretenden conformarlo con las migajas que el Estado le tire, mientras las superestructuras creadas para producir esas migajas transforman en millonarios a quienes las administran (Que, mientras no me demuestren lo contrario, tengo todo el derecho de pensar que es el lugar y el escenario que Stolbizer persigue)

En todo caso lo que uno podía suponer que Macri venía a hacer era a cambiar justamente esa mentalidad “pobrista” que gobernó la Argentina durante los últimos 70 años y que –como no podía ser de otra manera- la convirtió en una fábrica imparable de pobres. La gran decepción que muchos sienten hoy en día con el gobierno de Cambiemos es justamente esa: que vino a entregar más de lo mismo, si bien con modales más civilizados.

Carrió entonces, debió haber sido cuando menos más “pícara” y saber que esa declaración iba a dar lugar a cargadas, tomaduras de pelo, memes y demagogias de todo tipo, porque el “humor” argentino, está preparado para eso. Más aun el de la clase media que viene soportando la carga de llevar adelante el precio del desbarajuste kirchnerista prácticamente en soledad, sin que nadie se apiade de ella.

En tercer lugar, ya desde un punto de vista más filosófico, resulta increíble que hayamos llegado al punto en donde una funcionaria de Estado se permite sugerir como el ciudadano individual debe manejar el criterio de sus propinas y el de los “trabajitos” en sus casas. Ya es asfixiante de por sí la presencia estatal en la vida individual como para que también tengamos que soportar cuanta propina debemos dar o cuantas “changas” debemos encargar.

Los problemas argentinos -multiplicados al infinito por la delincuente “gestión” del kirchnerismo- no se van a arreglar porque la gente aumente las propinas o encargue más “changas”. El país necesita una gestión convencida, una idea clara, un gobierno fuerte que no se avergüence de decir lo que hay que hacer y, sobre todo, una ausencia completa de demagogia y populismo.

Las ideas de la libertad -las únicas que han probado ser exitosas en el mundo y las únicas que han funcionado en la propia Argentina en términos de producir una transformación dinámica de la realidad- ya han tenido demasiados asesinos que las aniquilaron. Menem quizás sea el ejemplo más claro de ese crimen: dijo a los cuatro vientos que lo que hacía era “liberalismo” cuando su primera medida fue secuestrar el tipo de cambio. Sin embargo quedó grabado a fuego en la sociedad la idea de que aquello era, en efecto, el funcionamiento de los códigos liberales.

Macri, por su pasado y sus antecedentes es interpretado por vastos sectores de la sociedad como otra expresión de ese mismo liberalismo. Está claro que la ignorancia y la mala formación cultural en general y económica en particular, de los argentinos han contribuido a la expansión de esa creencia, pero lo cierto es que Macri no es un “liberal”; menos aún lo es “Cambiemos”. El segundo gran crimen contra la libertad de los tiempos modernos está por cometerse, asesinando una vez más las únicas ideas que podrían sacarnos del abismo. El consuetudinario populismo argento está agazapado esperando ese momento. Ocurrencias como las de Carrió no hacen otra cosa más que entregar más fichas y más herramientas a quienes denuestan la libertad y a quienes persiguen un interés personal, haciendo de la pobreza un negocio.

No pongo en duda la buena fe y la legítima preocupación de la diputada por la situación de los que menos tienen. Pero ella es una persona formada y, sobre todo, que tiene la “calle” suficiente como para saber discriminar dichos que pueden ser fácilmente atacables.

Debió ser mucho más “viva” en su reportaje con Morales Solá. Debió saber con antelación que bajar a esos niveles no le harían ningún favor ni a ella ni al gobierno y que, al contrario, entregaría una opción fácil a los voceros de la demagogia.

El país debe dejar atrás esa enfermedad. La demagogia lo ha destruido, lo ha reducido a escombros. La demagogia debe enfrentarse con la verdad y no con magia, como con razón, dijo el presidente ayer. El único detalle es que ese enfrentamiento no debe ser meramente dialéctico sino de hecho, haciendo lo que hay que hacer, sin atajos y con la convicción que la gravedad de la crisis amerita.

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