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El presidente después del 13A

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La movilización de ayer, que volvió a mostrar la escenografía de un pasado adornado por la liturgia peronista -incluidas sus propias riñas internas, trasmitidas sin piedad al seno de la sociedad llevándola incluso a luchas sangrientas aun no cicatrizadas- parece haber gatillado una nueva etapa del gobierno de Cambiemos y en especial del presidente Macri.

Dos funcionarios, uno el viceministro de trabajo Ezequiel Sabor y otro el superintendente de los Servicios de Salud, Luis Scervino, fueron desplazados de sus cargos en el día de hoy por un decreto presidencial.

Sabor y Scervino estaban en el gobierno como consecuencia de los acuerdos que Macri había alcanzado con los sindicatos por la devolución de los fondos de las obras sociales sindicales que el gobierno kirchnerista les había congelado y retenido.

El presidente se sintió traicionado por aquellos con quienes había querido tener un dialogo sincero y con quienes se habían beneficiado de una medida directamente tomada por él.

El moyanismo encabezado por Pablo Moyano detonó la fina relación que su padre venía tejiendo con el presidente y Hugo no supo, no quiso o no pudo controlar a su hijo.

Dicen en los pasillos de la Casa de Gobierno que muchas veces Macri le hizo notar estas salavajadas de su hijo mayor a Hugo Moyano, entre charlas que incluían el trabajo, las obras sociales y el fútbol. Dicen que el camionero respondía casi resignadamente: “lo que pasa que Pablo es incontrolable”.

Según parece el presidente decidió seguir ese juego dialéctico hasta ayer. Luego de la insólita demostración en Plaza de Mayo, Macri llegó a la convicción de que Pablo y Hugo juegan con él el papel del bueno y del malo, tal como dos de sus secuestradores lo habían hecho mientras lo mantenían cautivo hace 26 años.

Apoyado en la nueva fortaleza que le dio el voto del 13 de agosto, el presidente decidió terminar con las concesiones que incluían la presencia de personas cercanas a los sindicatos en el gobierno. Scervino y Sabor pagaron con sus puestos.

Quizás comencemos a ver más seguido esta faceta del presidente. La economía sigue dando muestras de recuperación y ninguno de los elementos enarbolados ayer en la marcha son verdaderos. El empleo registrado está creciendo, los créditos están creciendo, cada vez más rubros del consumo están creciendo pese a que, al mismo tiempo, se detectan cambios en la conducta que los argentinos tienen frente a sus propios recursos: el crecimiento de la demanda de créditos hipotecarios está demostrando que las familias prefieren dirigir parte de sus bolsillos a un horizonte de mediano y largo plazo en lugar de gozar de una fiesta instantánea comprando el televisor de 50 pulgadas.

Además durante estos días se conoció una cifra muy importante desde el punto de vista macroeconómico: por primera vez desde que se tenga memoria los ingresos del Estado superaron a los gastos; esto es el gasto público creció menos que la recaudación y por primera vez en muchos años la velocidad del gasto fue inferior a la velocidad de la inflación.

Son dos datos muy contundentes como para que el presidente se sienta fuerte y pueda jugar alguna ficha que hasta hace solo unos meses no hubiera arriesgado a jugar.

Obviamente la imagen pública de los sindicatos es de las peores que tiene la sociedad. Sus formatos violentos, incluso entre ellos mismos; sus manifestaciones altisonantes y sus evidentes contradicciones están siendo percibidas más fácilmente cada vez por más gente.

Frente a la convocatoria de ayer fue notoria la división que ocurrió entre los sindicatos más grandes y los que, aun siendo populosos como camioneros, son violentos.

El Sindicato de Comercio, el más grande del país, no adhirió a la marcha. La UOM advirtió que tendría una presencia simbólica porque no podía compartir un acto de esa naturaleza después de los recientes resultados electorales.

Son todos datos que siguen dando indicios de que estamos ante la profundización de un cambio de época en la Argentina. Quizás nos parezca raro porque somos contemporáneos a ella. Pero nunca antes los cambios políticos que indudablemente han ocurrido en el país con anterioridad han tenido la profundidad que se advierte en este, especialmente porque están ocurriendo mientras la administración del gobierno está en manos no-peronistas.

Las especulaciones electorales a raíz de la convocatoria de ayer frente a esta clase de envergadura, son secundarias. Es verdad que a lo lejos, escondido detrás de una de las palmeras de la Casa Rosada, parecía advertirse la silueta de un hombre teñido al que se le dibujaba una ligera sonrisa en los labios al ver el espectáculo de los impresentables de la plaza. Pero eso es algo que pudo haberle parecido a alguien y nada más.

Lo importante es que una estructura octogenaria que provocó la indudable decadencia del país está dando señales de crujir intensamente. De esos crujidos que suelen preceder al desmoronamiento.

Con todo no hay que dar por vencido al peronismo. Al contrario, como lo repetíamos aquí mismo hace unos días, habría que apostar a su recomposición republicana porque sin una oposición que comparta los valores de la Constitución, Cambiemos podrá encarnar una voluntad de cambio importante pero todo quedará trunco si la histórica impresentabilidad del peronismo continúa.

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