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De performances bajas y verdades omitidas

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No es necesario ser demasiado analítico para demostrar que, a casi un año de iniciar su gobierno, el presidente debe estar disconforme con los resultados alcanzados.

Y en ese sentido no caben dudas de que lo que más llama la atención es la lentitud de la llegada de inversiones, luego de que el gobierno dice haber dedicado gran parte de su tiempo a remover los obstáculos que la frenaban.

¿Es así?, ¿es verdad que las serias distorsiones que el kirchnerismo introdujo en todas las variables económicas han sido encaradas y despejadas?

Vayamos por partes.

Es verdad que el gobierno en ese terreno puede anotarse dos aciertos resonantes: la salida no-traumática del cepo y la salida definitiva del default. Esos son dos hechos concretos incontrastables en línea con lo que había que hacer y coherentes con la llegada de inversiones.

Pero no fueron suficientes. ¿Por qué? En la respuesta a este interrogante se encuentra gran parte de la explicación de por qué las inversiones no llegan y por qué el gobierno no logra consolidar su situación política y su tranquilidad de gestión: es evidente que el presidente Macri y sus hombres no han podido entregarle aun a la sociedad suficientes razones como para convencerla de que el kirchnerismo no volverá y -fundamentalmente- de que en la Argentina se terminó de operar un cambio cultural hacia la apertura, la libertad, el orden, el mérito, la vigencia de la ley, el achicamiento del Estado, la desregulación burocrática y el desmantelamiento del corporativismo peronista.

La sociedad –y los inversores- siguen viendo que el gobierno es apretable por la prepoteada sindical, que la calle no logra tener paz, que la operaciones desestabilizadoras son amplias y muchas veces burdas y que el presidente no logra trasmitir una imagen de autoridad democrática que le permita tener el dominio de la escena y el núcleo de las decisiones.

Esa sensación de que todo está prendido con alfileres y de que a la coalición gobernante le cuesta enormemente llevar adelante sus propuestas, frena las medidas concretas e introduce factores de duda en los tomadores de decisión: nadie quiere, por “hacer patria”, terminar mañana en el sillón de los estúpidos.

Eso frena el despegue y tiñe de una “onda” negativa el horizonte de la administración. Según informaciones periodísticas el propio presidente es consciente de esta sub-performance y, en función de esa convicción, mandó a sus puntas de lanza Lopetegui y Quintana a evaluar a cada ministerio, entre lo que debía hacerse en este primer año y lo que hizo.

Según un primer bosquejo de ese examen, Jorge Lemus, ministro de salud, y Sergio Bergman, ministro de medio ambiente, estarían en la cuerda floja. El punto es que empezamos mal si nos vamos a creer que las inversiones no se concretan por culpa de Lemus y Bergman.

Aquí hay determinados “Messis” que no aparecen y no hay duda de que el principal apuntado en ese sentido debe ser el equipo económico de Prat Gay, Aranguren y Francisco Cabrera

El ministro de hacienda claramente puede colgarse las cucardas del dólar y de los holdouts, pero en todo lo demás sus cuentas están en rojo. No logra dominar la inflación que, de no ser por el astuto manejo de Federico Sturzenegger, sería aún más alta de lo que es; tampoco ha elaborado un programa de reformas a la ley mercado de capitales, a la de entidades financieras, al sistema tributario kafkiano del que el país es rehén, al sistema de aportes patronales y a la ampliación del crédito que, obviamente está emparentado con lo que no hace respecto de la inflación.

Juan José Aranguren, una gran mente del sector privado argentino, no ha dado pie con bola desde que juró como ministro. La adecuación del cuadro tarifario le hizo perder al gobierno más de medio año de discusiones y aun hoy genera dudas y presiones sobre el presidente.

Cabrera no ha asomado la cabeza, más que para protagonizar un incidente de “detalle” con su mujer en un avión privado yéndose a descansar a Punta del Este.  No se conocen proyectos productivos ni conversaciones en marcha que hagan suponer que de su ministerio saldrá alguna novedad provechosa en el corto plazo.

Luego hay ministros que acarician el empate. Bullrich está al frente del ministerio que tiene en su nombre la palabra que coincide con la principal preocupación de los argentinos, aun por encima de la económica, que es la seguridad. Lo cierto es que el panorama no ha avanzado mucho en ese terreno. La sociedad espera más resultados en un tema que tendría la virtualidad de producir un cambio de humor ostensible en la gente.

Al lado de ella, el ministro de Justicia Germán Garavano debería haber hecho más por demostrarle a la gente que está empeñado en desmantelar el aparato de infiltración política de la Justicia que implementó el kirchnerismo a través de Justicia Legítima.

Es en estos nudos gordianos pesados donde deben encontrarse las respuestas al lento avance de las esperanzas que despertó Macri. No en Bergman y Lemus.

Estoy seguro que cada uno de los ministros podrían pasar días con nosotros explicándonos lo difícil que es desarmar el complicado sistema de bombas de tiempo y otras trampas que dejó el impresentable gobierno de los Kirchner. Pero, ¿quién dijo que esto iba a ser fácil? Era obvio que la tarea sería ímproba. Y quizás el presidente también deba ser aplazado en un terreno que hoy se revela como fundamental a la hora de  medir el ánimo de la sociedad: Macri -justamente para no pinchar la ola de optimismo que rodeó su asunción- se inclinó por ocultar el verdadero estado en que recibió el país.

El refrán lo dice claramente: “prefiero ponerme colorado ahora, antes que pálido después…” Si el presidente hubiera sido cruelmente sincero cuando tomó el gobierno tal vez se habría puesto colorado. Pero quizás hoy no estaría debatiéndose en la palidez de la mediocridad.

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