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Otra forma de medir lo que hay en juego

La concreción del acuerdo UE-Mercosur, ha servido para aclarar muchas cosas respecto de dónde está parado gran parte del arco político argentino respecto del futuro y esa postura naturalmente depende qué tipo de perfil tendrá el país y, de acuerdo a ese perfil, qué suerte tendrán los argentinos; qué pasará con el futuro del trabajo y cuáles serán las relaciones del país y -al saber las relaciones del país- cuál será el nivel de generación de riqueza y, por ende, cómo se vivirá en la Argentina.

Mientras la porción afín al gobierno del presidente Macri recibió con alegría la noticia y, en general, coincide en que se trata de un hito que marcará el comienzo de una nueva manera de trabajar y de relacionarse con el mundo, en la vereda de enfrente, en el kirchnerismo, se recibió como una tragedia.

De hecho esas fueron las palabras del ex ministro de economía y ahora candidato a gobernador de Buenos Aires, el comunista Axel Kicillof.

En igual sentido se expresó el candidato presidencial Alberto Fernández que dijo que “no había nada que festejar”.

En estas dos lecturas, completamente enfrentadas sobre el mismo hecho, se haya resumida toda una concepción, una visión general del mundo que refleja raíces profundas y que quizás materialice la verdadera grieta que hay en el país: uno que cree ver en el mundo una oportunidad y otra que ve él un peligro monstruoso.

El kirchnerismo representa hoy un nacionalismo marxista jurásico, propiciador de un encierro generalizado, de un bloqueo a la relación de la Argentina con los demás  países y de condenar a los argentinos ha intercambiarse entre ellos productos carísimos  de baja calidad y con proteccionismos establecidos desde y regulados por el Estado.

Esa es una concepción de país; un modelo. Un formato mental que cree que el mundo quiere fagocitarnos y que allí solo encontraremos enemigos.

Es más, la idea de que el mundo es un enemigo, es una manera de vivir, una forma de entender la existencia y una manera-algo muy importante a los fines del poder totalitario- de trasmitirse a las masas.

Todas las extravagancias que el mundo ha conocido en materia de totalitarismos han partido de la base de trasmitir a las masas la peligrosidad del mundo y la desconfianza que debe tenérsele a todo lo que no sea nacional. En estos términos, casi que no habría forma de escribir la palabra “nacional” que no fuera con “z”.

Los dichos de Kicillof y Fernández (quizás la jefa de la banda este más inhibida en este punto porque ella misma buscó este acuerdo en 2014) son perfectamente compatibles con este pensamiento. 

Lo de Fernández es más relativo porque se trata de un individuo que es capaz de decir cualquier cosa con tal de tener poder. Me hace acordar -hasta por su apariencia- a los “magistrados” de El Zorro a quienes no les importaba otra cosa más que los sillones del Estado.

Pero lo de Kicillof es una señal de una corriente que encarna La Cámpora, Maximo Kirchner (y por supuesto su madre) que es lo que se vendría si ese conjunto de corruptos llegara a ganar las elecciones.

La concepción contraria -la que entiende encontrar en el mundo una oportunidad- implicaría un enorme esfuerzo de adaptación del país. No solo de sus estructuras productivas, sino, fundamentalmente, de actitud mental.

La Argentina ha venido estando dominada por una concepción miedosa de la existencia, según la cual todos deben estar protegidos por el Estado porque ninguno está en condiciones de defenderse solo en la sociedad. Esta mentalidad ha producido una monumental flaccidez no solo de los medios productivos sino, lo que es más grave, de la actitud nacional e individual frente a las adversidades y los problemas.

De esa concepción ha nacido en consecuencia un determinado tipo de orden jurídico prohibitivo, “protector”,   burocrático, demagógico, “impedidor” y restrictivo que acurrucó a la sociedad y le hizo perder sus reservas de coraje y valentía,

Paradójicamente, pari pasu con este proceso de cobardía, se desarrolló un carácter contestatario, mal educado, bravucón, patotero, prepotente que confunde la acción de la fuerza bruta con la fortaleza.

Ese orden jurídico producto de la concepción miedosa hacia el mundo está en el centro de la decadencia argentina.

En una palabra: con este tipo de ley es imposible que el país genere riqueza y, por lo tanto, empleo.

Al comunista de Axel Kicillof y a sus acólitos de La Cámpora, a Maximo Kirchner y a Cristina Fernández, les conviene este apichonamiento de la sociedad porque en un país de individuos libres y valientes sus desvaríos de control total no tendrían lugar, en cambio en uno en donde todos son corderitos obedientes (aunque la jueguen de maleducados prepotentes) su concepción totalitaria encontraría un campo fértil donde germinar.

Por eso el acuerdo con la UE y lo que se ha dicho en un lugar y otro es otra manera de medir que tipo de Argentina queremos vivir.

El único acuerdo internacional que firmaron los Kirchner fue el Memorándum con Irán. Hoy la opción es la Unión Europea. Los argentinos deberán decidir de que lado están. Y eso incluye, también, a los que llevan en sus fotos de perfil la imagen de la Torre Eiffel como fondo.

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