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Ofelia y los desafíos de Macri

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Es curiosa la perspectiva que la Sra Fernández tiene sobre la comisión de delitos, la responsabilidad que pueda caber sobre ellos y las argumentaciones que puedan darse para explicar, justamente, que allí donde se pensaba que había una violación a la ley, en realidad no había nada.

En efecto, ayer recurrió una vez más a la red social Facebook para publicar una latosa nota en la que intentaba defender a su madre, Ofelia Wilhem,  de los cargos que se le imputan por formar parte de una cooperativa que había obtenido contratos con el Correo Argentino para repartir correspondencia de ARBA por cifras millonarias en condiciones oscuras.

Fernández se dirigió al presidente Macri acusándolo de encabezar un megaoperativo de persecución contra su familia. Dijo que al presidente ya no le bastaban ella misma o sus hijos, sino que ahora se proponía ir contra una anciana de 87 años que hace 50 años que vive en la misma casa.

Decíamos que es curiosa la visión que la Sra. Fernández tiene de lo que debería ser una argumentación de defensa cuando se acusa a alguien de un delito, porque en toda la extensión de su nota no hay una sola mención a una prueba que demuestre que su madre (o en todo caso ella) es inocente. A lo único que se dedica es a denostar al presidente a quien acusa de diversos sacrilegios hasta que, obviamente, desembocan en una vinculación “de manual” con la dictadura.

La dictadura es una especie de salvoconducto hacia la inocencia o la culpabilidad: critico a la dictadura, soy inocente y tengo carta blanca para cometer toda clase de ilícitos; tengo alguna relación con la dictadura, soy un genocida aunque jamás me haya robado ni un chocolatín de un kiosko.

Por supuesto que aquí el yeite consiste en encontrar la manera directa o indirecta de que la persona que ataco pueda ser vinculada a la dictadura. Si logro eso, por más retorcida que sea mi argumentación habré obtenido el salvoconducto a la inocencia.

La ex presidente también ensaya un argumento económico para la defensa de su madre: como la gente la está pasando mal (por culpa de Macri) ergo, su madre es inocente.

Habría que informarle que los 40 millones de argentinos podrían estar -incluso por culpa de Macri- al borde de la inanición y eso no la transformará a ella ni a su familia en inocentes de nada si es que se comprueba la naturaleza y la autoría de los delitos.

Estas no son más que maniobras distractivas, más o menos burdas, que en principio más bien llevan a sospechar una confirmación de los hechos más que a una desmentida.

En efecto si la abogada exitosa no es capaz de hilvanar dos frases seguidas que contundentemente expliquen los costados poco claros que tienen todos y cada uno de los casos en los que el apellido de su familia aparece involucrado en la comisión de delitos, podrá insultar de arriba abajo al presidente, pero eso no los hará, a todos ellos, menos culpables por lo que hicieron. Si Ofelia Wilhem participó de una cooperativa que se choreó millones de pesos vía un contrato ilegal con una dependencia del Estado que presidía su hija, podrá tener 87 años y vivir con su otra hija en la misma casa de hace 50 años, pero eso no la eximirá de responsabilidad.

Los críticos del presidente podrían encontrar otros caminos para señalar su disconformidad. Porque es evidente que a Macri le está costando más tiempo que el deseado desandar el camino de extravagancias en las que kirchnerismo embarcó a la Argentina durante 12 años.

Entre otras cosas, precisamente, el peso del Estado en la vida de los ciudadanos no logra disminuirse, a tal punto que uno se pregunta si realmente Cambiemos tiene entre sus metas, justamente liberar al ciudadano de las trabas, trámites, gastos, impuestos y rigideces a las que el Estado policial del kirchnerismo lo sometió durante más de una década.

Es curioso, pero precisamente aquello en lo que el presidente va más lento es en desarmar el tipo de Estado que le gusta a Fernández y que, entre otras cosas, permite que se conformen cooperativas raras, con integrantes curiosos para contratar servicios que el propio Estado paga por millones.

Es imperioso que la velocidad del presidente se acelere en esos aspectos. La sociedad ya no puede soportar el peso de los impuestos, la carga de los empleados públicos, la maraña de regulaciones, la complicación a la que el Estado somete la vida del ciudadano común.

Todas esas arbitrariedades fueron armadas justamente para robar: con ancianas de 87 años o con chicos de 25, pero, en definitiva, para sustraer dinero del pueblo para que su destino final fueran los bolsillos privados de algunas personas.

La Sra. Fernández debería -antes de escribir como un carrero- estudiar cuáles son los medios de defensa que tiene disponibles para explicar por qué una cooperativa que integraba su madre firmaba oscuros contratos con una dependencia bajo su autoridad y, en lugar de sugerir que todo es una historia para tapar un fracaso económico, reconocer que los padecimientos actuales son las consecuencias del peso del Estado que ella y su esposo montaron.

El presidente, a su vez, debería darle muestras claras a la sociedad que su ritmo de reformas para desmantelar un Estado estafador se acelera. Debe imperiosamente despejar las dudas sobre si realmente comparte un horizonte de país con menos “Estado” y más “personas” o si toda su “revolución” consistirá en tener quizás un Estado más honesto, pero no un Estado más chico.

Necesitamos más honradez pero también menos impuestos, Sr. Presidente. Con una organización impecable pero que le cueste a los argentinos la mitad de sus ingresos, tampoco la sociedad se verá complacida. Ese es el verdadero desafío que le espera aun cuando por otro lado -y como corresponde- no mueva un dedo para interponerse en el camino de los jueces, aunque ellos persigan a señoras de 87 años.

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