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No hay casualidades

El gobierno ha cometido todo tipo de errores desde que asumió sus funciones. Empezando por el machacado aquí mismo hasta el cansancio: no decir la verdad sobre cómo estaba el país al 10 de diciembre de 2015.

A partir de allí se enredó en una mezcla de soberbia, ingratitud, altanería, subestimación de la gravedad de la situación, etcétera, etcétera.

Y está mas que claro que esos errores sumados a otros de diagnóstico y de mala praxis económica (como los anuncios del fatídico 28 de diciembre de 2017, Día de los Inocentes, para completar la ironía) no hicieron otra cosa que sumar “porotos” a la ya cargada canasta de delirios argentinos.

Pero lo que no puede entenderse es cómo una muy importante parte de la sociedad sigue creyendo que el monumental robo kirchnerista fue inocuo al resultado de miseria que estamos viviendo hoy en día, y no solo eso, sino que ese robo no es el principal responsable de la difícil situación que atravesamos.

Resulta tan ciega la posición que adopta esa porción de la sociedad (que, de acuerdo a un estudio de Dalessio/Berenstein, es increíblemente importante) que ni siquiera alcanza a hacer un sinónimo de lo que ocurre con los lamentables hechos de inseguridad (robos) que ocurren a diario en la Argentina.

¿Cómo es posible que esa gente no se de cuenta de que los efectos de cualquier robo se sienten justamente luego de consumado el delito, ni antes, ni durante: después.

Es cuando los delincuentes desvalijaron al asaltado que éste toma conciencia de lo que le falta y hasta de la dimensión económica del impacto, e, incluso, de cuál será, en principio, el esfuerzo que deberá hacer para recuperar lo perdido y volver a estar en el mismo punto que en el instante anterior al robo.

A partir de allí la víctima puede elegir malos caminos para intentar recuperar el tesoro perdido; puede intentar otros que no le den resultado y hasta inclusive cometer errores en su intento por recuperarse, pero no caben dudas que la razón principal de su desgracia fue el robo, no sus errores.

Éstos, en todo caso, habrán hecho que su recuperación sea más difícil, que tarde más en volver a tener su televisor, su dinero o los otros bienes robados. Pero, insistimos, la causa primera y real de su desgracia fue que lo robaron.

Pues bien: eso es lo que le sucedió a la Argentina, la robaron… De pies a cabeza; la dejaron en pelotas y a los gritos, como los indios. Fue un saqueo indiscriminado al Tesoro Público como nunca antes registra la historia. Fue un desfalco, un latrocinio, nos robaron nuestro dinero, nuestros impuestos, nuestro trabajo, nuestro esfuerzo.

Solo por la causa de las coimas en las obras públicas el robo supera los 35 mil millones de dólares. A eso hay que sumarle las estafas con la energía, los subsidios, el transporte, Milagro Sala, Venezuela, los planes sociales, el Anses, los corredores viales, los negociados con los gobernadores y con los intendentes, los acuerdos que seguro tenían con el narcotráfico. En fin, un crimen de lesa humanidad: sacarle así la comida de la boca a los pobres, mientras alardeaban hablando de ellos y ensayaban incendiarios discursos, llenos de resentimiento, contra los “ricos”.

Mi amigo y colega Roberto Cachanosky arriesgó una cifra que supera los 200 mil millones de dólares de robo. Otros como Leonardo Fariña –que conoció la organización desde adentro- hablan de un PBI completo: 500 mil millones de dólares.

¿Sería otra la situación del asaltado si ese dinero estuviera? Supongamos que tuviéramos un gobierno que no para de cometer errores, pero convengamos que con esa millonada en la caja fuerte estaríamos más tranquilos. Bueno, muy bien hay un solo nombre asociado a ese latrocinio y a la presente desgracia: Kirchner.

Y lo que termina de probar la culpabilidad completa de la cabeza de la banda que queda viva –Cristina Fernandez- es la insólita ocurrencia de echar mano a la conspiración intergaláctica comandada por la CIA norteamericana y la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires para impedir que los “movimientos populares” Como el kirchnerismo permanezcan en el poder.

Ese verso huele a naftalina y el solo hecho de que aun sea posible siquiera intentarlo con eventuales posibilidades de éxito en la Argentina, da una idea aproximada de cuán profunda es nuestra enfermedad.

Si la delincuente de Cristina Fernández cree que es una luchadora popular a la que el imperio norteamericano le impide llegar al poder, que empiece por probar cómo hizo su fortuna. Podría, por ejemplo, comenzar por algo sencillo: dar una explicación coherente de por qué los vestidores de su casa tenían las puertas de acceso blindadas, y por qué el ex gobernador Arnold de Santa Cruz quedó boquiabierto cuando vio –en plena obra en el chalet de El Calafate- un enorme espacio reservado para instalar las bóvedas del Banco Hipotecario Nacional, en lo que se supone era una simple casa familiar.

También podría entregar una lista de sus “exitosos” trabajos como abogada privada, antes de llegar a la función pública que, según ella la forraron de dinero, antes de hacerse política.

Resulta francamente increíble que esta señora y su conjunto de secuaces puedan tener aún una oportunidad en la Argentina porque un tercio del país cree que esta es “una maniobra” armada por el gobierno.

Pero después de todo nada resulta casual en la suerte de los países. No estamos como estamos porque un infortunado aerolito nos cayó del espacio y nos partió al medio como a los dinosaurios. Estamos así porque permitimos que una familia como los Kirchner se cague en nosotros y encima los aplaudamos.

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