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No es por ellos; es por nosotros

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Obviamente producir un comentario crítico para el gobierno, para el presidente y para algunos ministros en el momento actual es una de las tareas más fáciles que un periodista tiene a mano: torpezas con la liquidación del aumento jubilatorio que corresponde por ley, manejos desafortunados en el tema del Correo Argentino, el desandar del camino del DNU en materia de reformas al sistema de ART (que finalmente tomará la forma de ley con la aprobación en Diputados), la marcha atrás con los feriados “puente”, en fin, una serie de tropiezos –la mayoría de ellos gratuitos y evitables- que han generado un clima raro, que no llega a ser de rechazo (porque el gobierno tiene la suficiente dignidad, plasticidad y modestia de retractarse, cosa que durante el kirchnerismo eso era algo así como un sacrilegio) pero que sí trae dudas sobre la eficiencia y la pericia necesarias para gobernar.

Digámoslo también con todas las letras: eficiencia, pericia y cierta picardía o malicia que en alguna medida son necesarias para gobernar porque de lo contrario te comen los tiburones.

¿Quién podría acusar a alguien de “no-malo”? Sería ridículo. Pero, al mismo tiempo, nadie puede negar que para administrar un país complicado como la Argentina se necesita cierta astucia, cierta perspicacia para gobernar. Es la sagaciadad del jugador de truco que esconde, engaña, confunde… Que, a veces, directamente, miente.

El presidente ha demostrado largamente que no le importa rectificar el rumbo de sus decisiones si le demuestran que se equivocó. Eso constituye una rareza en la Argentina y es posible que los argentinos no hayamos desarrollado un gen capaz de lidiar con esa simpleza. Es posible que nuestro “clima” se enrarezca por el hecho de que la máxima autoridad reconozca una equivocación. Pero también es cierto que se han encadenado muchas equivocaciones. Que aquello a lo que los Kirchner nos tenían acostumbrados -es decir, “redoblar la apuesta”- hubiera sido peor, por supuesto. Que hemos progresado en ese sentido, desde ya.

A los pocos meses de asumir Néstor Kirchner una de estas columnas se tituló “Mirá como te lo hago igual”. En efecto, hizo falta poco tiempo para comprobar que estábamos frente a un gobierno que le importaba poco la opinión de los demás: en cuanto alguien protestara por alguna decisión, el lenguaje tácito del presidente era: “¿así que a ustedes les molesta tal cosa…? Miren cómo lo hago igual…”

Fueron muchos años de esas guarangadas. Ahora nos encontramos frente a un estilo diferente que nos saca del sentido común medio que la sociedad argentina mantuvo durante los últimos doce años. Y eso, naturalmente, produce un estado de desasosiego frente a lo nuevo.

Pero esa perplejidad de los argentinos frente a un presidente que comete un error y se corrige, no lo debería autorizar a equivocarse una vez por semana,  porque ese avance y retroceso desgasta políticamente y produce un efecto  de aprovechamiento del cual el populismo latente puede sacar ventajas.

No hay dudas de que la mayor tragedia que podría ocurrir en la Argentina sería el retorno de la demagogia radicalizada, de modo que todo lo que contribuya a evitar que esa catástrofe suceda debe ser ejercido y practicado como uno de los primeros deberes del gobierno.

El problema es que muchos estrategas de la administración (que creen que se las saben todas desde el punto de vista del marketing político) consideran que –paradójicamente- la mejor manera de evitar que el populismo regrese es mantenerlo vivo para que, por contraste, la gente elija al gobierno.

No estoy queriendo decir que esos estrategas no mensuren los errores y las equivocaciones como cuestiones graves. Lo que digo es que no les importa que el populismo las use como material de campaña por cuanto medio se preste a darles un micrófono, porque entienden que eso profundizará el rechazo de la gente y el gobierno resultará beneficiado. Juegan con fuego.

En este sentido, hay que hacer un punto en el manejo mediático del tema (desde ya no me refiero  a los periodistas y medios militantes del kirchnerismo, sino a los técnicamente imparciales) porque hay una tendencia cada vez más ostensible a caer en las redes (bien tejidas por el populismo) de que todo es el mismo barro.

En efecto, hay periodistas de prestigio y programas que reúnen una audiencia considerable que parecen sentir una fuerza que los compele permanentemente a la “igualación”. Se ha llegado a decir que la cuestión del Correo (un tema que, de última, está en manos de la Justicia que puede mandar a la empresa a la quiebra si el acuerdo no le gusta) es igual a los bolsos revoleados por López. Ese camino es peligroso.

Es peligroso porque el argentino, que es rápido para montar el picazo y que es muy afecto a meter a todos en una misma bolsa porque está acostumbrado a que todo sea “lo mismo”, puede comprarse el paquete de que, efectivamente, no hay distingos entre Macri y los Kirchner y entonces preste idiótamente su voto para el regreso de la desgracia.

Por eso los cráneos del gobierno deben pensar dos, tres y hasta cuatro veces las cosas que hacen, porque todo será usado en su contra. Y eso puede resultar más o menos grave para ellos. Pero será gravísimo para nosotros. 

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