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Lo que quedo de ayer y lo que puede venir

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Antes que nada lo obvio: las elecciones definitivas son en Octubre. Pero lo de ayer ha sido un plebiscito económico a favor del gobierno de Cambiemos, sin dudas.

El gobierno ganó en 10 de las 24 jurisdicciones electorales, empató en dos (en una ganando por décimas -Buenos Aires- y en otra perdiendo por décimas -Santa Fe-) y en las otras doce salió segundo de provincias afines, no radicalmente opuestas a Macri.

Hace más de 30 años que un gobierno en funciones no gana (o está en condiciones de ganar) los siete distritos electorales más importantes del país (Capital, Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Santa Fe, Tucumán y Entre Ríos)

La elección de ayer ha sido el comienzo del ocaso definitivo de Fernández. Aunque sea senadora en octubre, su populismo chavista está terminado, sepultado bajo una ola de racionalidad que le ganó a todos sus aliados, incluidas su cuñada en Santa Cruz y los hermanos Rodriguez Saa en San Luis.  Hasta la histórica provincia peronista La Pampa -ex Eva Perón- fue ganada por Cambiemos.

Seguramente (esto se escribe cuando los mercados no están abiertos aún) hoy las acciones argentinas tanto aquí como en el exterior van a tener una performance remarcable, lo mismo que los bonos. Es posible que el dólar caiga un poco y que el BCRA empiece a intervenir para evitar que caiga por debajo de $17,60. Y es muy posible que mañana martes el gobierno logre renovar un porcentaje muy elevado en el vencimiento de LEBACS.

La elección de ayer volvió a mostrar a Fernández como un ser indigno, impresentable, políticamente maligno, medicamente enfermo. Desaforada, gritando un triunfo que a su juicio había sido contundente, no advirtió nunca que, aun en ese caso extremo, sus números no reflejan la voluntad de los ciudadanos bonaerenses (que votaron masivamente en su contra)  sino los de un gueto que ella misma y su gobierno se encargaron de engendrar sobre la base de fomentar la indigencia y la indignidad.

La elección de ayer, que deberá ser completada en octubre, supone el principio de un cambio de época en la Argentina. De un cambio de época para mejor, de un cambio de época en donde la alternancia sea entre dos visiones compatibles de ver el mundo y no entre antítesis que, según sea gane una u otra, el país estaría sujeto a sufrir los bandazos de dos concepciones que no pueden convivir.

Para afianzar ese cambio de época será fundamental observar que hará el peronismo que más se parece a un peronismo republicano, el que representan Urtubey, Schiaretti, De la Sota, Poggi, Pichetto. Sus papeles serán cruciales para ir hacia un escenario de acuerdos que le den al país un orden jurídico nuevo en materia tributaria, impositiva, laboral, previsional, de mercado de capitales, y de federalismo auténtico. Un  orden que incluso discuta la eventual reforma de la Constitución para regresar al Colegio Electoral, al periodo presidencial de seis años sin reelección con una sola elección intermedia, a la abolición del Colegio de la Magistratura y a la coincidencia del periodo del Procurador General con el periodo del Presidente.

Se trata de cambios enormes hacia un republicanismo clásico que afiance el occidentalismo liberal y desarrollista que sepulte las posibilidades de cualquier movimiento violento, populista, sesgado, contra-natura y basado en la división de los argentinos.

El kirchnerismo es impensable si grieta; sin “ellos” y “nosotros” en la clásica terminología de la jefa de la banda delictiva que gobernó el país hasta diciembre de 2015. Ese idioma tuvo una respuesta electoral contundente ayer. Ni la lentitud de los cambios económicos que aún no derraman en los bolsillos del cotidiano han sido suficientes para evitar lo que ocurrió ayer y lo que seguramente se ratificará en octubre.

Se trata de una ocasión para celebrar, para tener la esperanza de un pueblo que va saliendo del país de los “walking deads”; de los zombies llevados de las narices.

La gobernadora Vidal la otra gran ganadora de ayer junto a Elisa Carrió y Rodriguez Larreta, deberá encarar seriamente una reforma político-catastral de termine con la posibilidad de que un “barrio” de la provincia de Buenos Aires poco menos que elija al presidente. Se trataría de un salto mayúsculo hacia la República; hacia la quebradura del espinazo de un populismo inaguantable que no hace otra cosa que usar a aquellos a quienes primero convierte en marginales para luego tenerlos atados del cuello clientelar de una boleta electoral.

El jefe de gobierno debería iniciar conversaciones inmediatas con Martín Lousteau para incorporar a Cambiemos al ex embajador en EEUU. Está claro que eso ya no correrá para octubre, porque las alianzas son las que están. Pero para el futuro esa estupidez de que dos valores valiosos estén separados por celos idiotas no puede existir más. La propia salud de Cambiemos requiere de tener estímulos internos que le permitan regenerarse dentro de la racionalidad y la sensatez occidental.

El país puede respirar tranquilo hasta que el panorama final se dirima en un par de meses. Las imágenes desgarradoras de Venezuela seguirán siendo unas filmaciones que los argentinos veremos azorados por televisión (y Dios quiera que cada vez menos y con un horizonte cada vez más cercano a su definitivo derrumbe). Pero ya no serán una amenaza de retorno a un presente impensable de la mano de ladrones delirantes que en cualquier país normal estarían presos y que aquí una excepcionalidad incomprensible les da aun la posibilidad de presentarse ante la ciudadanía para pedirle su voto. Por suerte el pueblo argentino en una mayoría no contundente pero si suficientemente estruendosa, se lo negó en la cara.

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