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Lo que sucede en la Corte

Lo que está haciendo la Corte Suprema de Justicia –o al menos parte de sus miembros- es francamente repugnante. Estoy seguro que si cayera en consulta en sus manos la causa de Boudou, la Corte dispondría su inmediata liberación.

Los jueces siempre han tenido un olfato muy cínico para relacionarse con la política. De ellos es la primera culpa cuando se trata de investigar los responsables de la no independencia de la Justicia. Es más, todos los achaques que nosotros, los ciudadanos comunes, podemos hacerle a la Justicia encuentran en los jueces a los primeros causantes de los problemas, desde la lentitud hasta la parcialidad, la venalidad y, en muchos casos, la impericia.

La interna política que copó el seno del más alto tribunal del país da asco. Ahora resulta que el capitán mayor que toda esa estructura tuvo durante más de una década –Ricardo Lorenzeti- que ejerció ese poder concentradamente y casi sin dar cuentas de sus enjuagues, ahora, repito, viene a descubrir que semejante poder es impropio de ser ejercido por un juez en soledad, con lo que rosqueó internamente con el ala peronista de la Corte (Maqueda y Rosati) para vaciar de autoridad real la presidencia de Carlos Rosenkratz y dejarlo solo limitado a la figura de un papel protocolar, casi decorativo.

Hace pocos días Rozenkratz no tuvo mejor idea que salir a decir que la mala imagen que la gente tiene de la Justicia se debe a los medios de comunicación. Casi como si fuera un enfermo kirchnerista que le echa la culpa de todo a los “medios concentrados”, el presidente de la Corte encontró el fácil camino de echarles la culpa a los periodistas del triste espectáculo que él mismo y sus colegas dan.

Parecería que la realidad le ha contestado con la peor de sus caras: en un gambito oculto, detrás de bambalinas, sus propios colegas le vaciaron la canasta de su poder.

El bajo nivel de la Justicia argentina coincide con el nivel promedio del país: un país sin calidad institucional (o sin calidad y punto), un país sin jerarquía, sin prestancia, sin vergüenza; un país bajo, sin categoría, sin nivel.

El espectáculo ofrecido por la Corte con una serie de fallos de corte populista y esta puesta en escena de Lorenzeti y sus seguidores, no es otra cosa que la expresión de una Justicia sin pompa, de una Justicia típica de la masa, del pensamiento masa y del hombre-masa; una Justicia especulativa y especuladora, una Justicia que no distingue el primer deber que debería cuidar: su independencia.

Anoticiados del clima político, los jueces, como siempre, han comenzado a olfatear otras sombras donde cubrirse, otros techos donde refugiarse, otra música para entonar. Resulta sumamente triste que den este espectáculo. En lugar de dedicarse a defender la soberanía de la ley y la supremacía de la Constitución, sacan sus dedos húmedos por la ventana para ver hacia donde sopla el viento político. Y luego se quejan de que la ciudadanía tenga de ellos una pésima imagen, culpando, de paso, a los medios de comunicación.

Lorenzeti es un mal juez, un mal jurista. Es el máximo responsable de un código civil muchedumbrista, ajeno a la cultura de la Constitución. Pero es un operador maquiavélico que urde desde la oscuridad la trama de una tela que lo deje a él con el manejo interno del poder judicial. Es un político, sentado el sillón de los magistrados. Debería figurar en las listas de cualquier partido barato, desde donde pueda darse el lujo de urdir bajezas, típicas de la política.

Los estrados de la Justicia le quedan grandes. Su pensamiento aldeano contagia a los tribunales con su falta de clase y con su ignorancia pueblerina.

Lo grave de la situación no es, desde ya, la debilidad a la que fue sometido Rozenkratz. Este juez, que llegó desde la Academia precedido de supuestos honores, ha dado muestras de la mala percepción que tiene de la realidad. De modo que Rozenkratz puede defenderse solo, si es que puede.

Lo central aquí es advertir cómo el poder que debería representar los costados plausibles de la aristocracia en la Argentina, ha decido bajar a los sótanos de la vergüenza, debatiendo allí pequeñeces que no hacen otra cosa que mostrarlos como lo que son: un conjunto más de argentinos baratos, sin estatura, sin jerarquía, sin linaje.

Si hay algo que ha perdido la Argentina en todas estas décadas de caída estrepitosa es justamente eso: clase. Y los jueces, que nos están dando este espectáculo público, han sido los que han estado a la vanguardia de esa pérdida, quienes la han encabezado, quienes, con su pusilanimidad, han sido el fiel reflejo de un país de segunda categoría.

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