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Las audiencia públicas en el mercado aéreo

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En la Argentina, si los sindicatos hubieran existido en la época en que Thomas Alba Edison inventó la lamparilla incandescente, la luz eléctrica jamás hubiera llegado al país, porque esos eternos defensores del status quo hubieran salido a defender los puestos de trabajo en las fábricas de velas.

Este es un drama del país. Lo que cuesta producir el avance de un casillero en el juego del progreso y del desarrollo, es francamente increíble. Es peor que cuando la oca se encuentra con sus múltiples obstáculos.

La vocación por el atraso y el estancamiento que tienen estos muchachos es realmente alarmante; nada puede hacerse porque ellos le tienen miedo a todo. Parecer mentira que se hagan tanto los guapos detrás de sus bombos y de sus muchedumbres y sean tan mojigatos para enfrentar los desafíos de la vida.

Hoy comenzaron las audiencias públicas en el Teatro de la Ribera para que puedan llegar al país distintas compañías de aviación que operen vuelos de cabotaje. En el país vuela solo un tercio de la gente que lo hace en los países de la región. Al mismo tiempo, las tarifas son carísimas porque la gente no tiene opciones para volar y las compañías tienen al público como rehén porque, de nuevo, éste no tiene más que caer en ellas si quiere viajar por avión.

A su vez, se cierra una industria más a los inversores que ven cómo los campos para poner dinero en el país se estrechan ya que lo que no está prohibido en uno, está prohibido en otro.

Esta asfixiante rigidez expulsa oportunidades de empleo y los únicos privilegiados son los que logran entrar a las guildas que tienen trabajo. Esas especies de privilegiados han construido represas de contención al trabajo nuevo, original, diferente.

Todo ello deriva en atraso, en estancamiento; es como si la Argentina más que un film fuera una foto en donde todo ha quedado petrificado al momento en que cada casta consiguió su privilegio.

Lo peor es que aun los que creen salirse con la suya (porque lograr fortificar su quintita) pagan los precios de la antigüedad, del poco desarrollo, de la falta de elasticidad de la economía. La rueda de la evolución se detiene porque la evolución -por definición- requiere movimiento y no estatismo.

Hoy, fuera del teatro, decenas de bullangueros daban rienda suelta a la clásica liturgia sindical, pidiendo que “no vengan más empresas…” ¡¡Qué no vengan más empresas!! ¡¡Es lo mismo que pedir a los gritos que los que dan trabajo se vayan!! Es incomprensible.

¿Quién le metió este miedo al argentino? ¡Tan gallito él y tan pusilánime a la hora de aceptar retos! Todo el orden jurídico argentino y en especial el laboral, es un orden de miedos. La desenfadada terminología de la Constitución de 1853 que parecía proponer tomar el mundo con ambas manos y comérselo de un bocado, quedó sepultada por una avalancha de temores.

Hoy prácticamente no puede hacerse nada, no puede proponerse nada, sin que se active un aparato de protesta contra lo nuevo. ¿Cómo pensarán cambiar (para mejorar) si pretenden seguir haciendo lo mismo y que no se cambie nada?

Se veía hoy al ministro de transportes, Guillermo Dietrich, explicando que el gobierno no impulsa una política de cielos abiertos, como si se estuviera excusando por cometer un sacrilegio. El mercado aerocomercial en Argentina es pequeño, como todos los mercados en la Argentina. Esa pequeñez es el reflejo del país: Un país pequeño, de mente pequeña.

Por eso, un país enorme territorialmente como éste tiene, en contraste, infraestructuras tan modestas. Porque nuestra mente las ha moldeado así. Por tener miedo, por escapar de lo nuevo, por huir de los desafíos, por no encarar la aventura.

Con más de 5 millones de kilómetros cuadrados y 45 millones de habitantes la Argentina tendría que tener aeropuertos como los que se ven en Australia, que tiene la mitad de habitantes que nosotros, más o menos el doble de territorio pero completamente seco, inhabitable. ¿Cuál es la diferencia? La mente. La mente, que ha perfeccionado un determinado tipo de ley, un determinado tipo de orden jurídico. Un orden que no refleja miedos sino desafíos, conquistas.

Ese espíritu fue asesinado en la Argentina. Asesinado, paradójicamente, por un conjunto de muchachos que la van de guapos pero que, en realidad, le temen a la vida.

Lo que pretende hacer el gobierno en el mercado aerocomercial y el tipo de respuestas con las que se encuentra es un resumen en pequeño del problema profundo que tiene el país: una enorme carga atávica que lo tiene atado de pies y manos al pasado, al estancamiento, a la antigüedad.

Resulta sorprendente cómo cuando el argentino logra salir al exterior se encandila con el progreso y cómo, en general, lo atribuye a que “estos son alemanes”, o “estos son yanquis”, o “estos son japoneses” o “estos son ingleses”, como si el desarrollo fuera una cuestión racial y como si, desde el vamos, no fuera pensable para nosotros “porque somos argentinos”. ¡No! El progreso no es pensable para nosotros, no porque somos argentinos, sino porque tenemos un tipo de mentalidad que construyó un orden jurídico de miedo, cargado de prohibiciones y de regulaciones que asfixian el desarrollo.

Resultará muy sintomático ver el final de estas audiencias y si finalmente las cinco empresas que han mostrado interés en volar en la Argentina, pueden hacerlo. El trabajo se multiplicará, los salarios mejorarán, las opciones para el pasajero crecerán. Solo resta saber si la paquidérmica mentalidad argentina lo permitirá.

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