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La verdad de siempre a plena luz

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¡Qué burdo y triste es todo! O para decir mejor, qué burda y triste es la retirada del kirchnerismo. Resulta francamente patético ver cómo intentan salvar la ropa con nombramientos, creando “institutos” para que sirvan como aguantaderos de gente, nombrando ñoquis en las intendencias, en las agencias del Estado, como por ejemplo el AFSCA, pasando a planta permanente del Estado a centenares de personas para asegurarles un curro.

¿Y esta era la “Revolución”?, ¿a ésta bajeza quedó reducida la épica refundacional de la Argentina? ¡Por favor muchachos, dan pena!

La Sra de Kirchner, en un discurso místico, diciendo que ella estará en cada radar de la frontera, como si se auto atribuyera en papel de un ángel etéreo y omnipresente que se quedará por siempre cuidando de nosotros, mientras EL salta cual barrilete cósmico entre el ARSAT 1 y el ARSAT 2, parece mostrar una clara revelación de que no pueden tolerar irse.

Camiones de mudanza están desvalijando las intendencias que perdieron en Quilmes, Tres de Febrero, Lanús… dan vergüenza, muchachos: los grandes revolucionarios con miedo a que los metan presos, choreando muebles, destruyendo documentos y consiguiéndose un lugarcito para mantener un curro.

¡Doce años de verso progresista para esto! Es obvio que esto estaba más que claro para el que lo quisiera ver desde el primerísimo minuto en que Néstor Kirchner asumió, pero para los que no lo quisieron ver, ahí lo tienen: ¡eran ellos los que les importaban, no nosotros, estúpidos! Era su plata, sus yeites, sus puestitos, su impunidad…  ¡¡Ma’ que Revolución!! Eso era para la gilada.

En este desmadre sin control, sin escrúpulos, sin disimulo, queda demostrado detrás de lo que realmente estaban.

Compraron a una insigne cantidad de inocentes y de zombies que les dieron su respaldo para que ellos se enriquecieran; para que ellos les dieran trabajo a los hijos, a los sobrinos, a los hermanos, a los cuñados, a los militantes, a los gritones, a los punteros… ¡Eran ellos!

Ahora, viendo este espectáculo brindado por los Othacehé, por los Barba Gutierrez, por la propia presidente, abriendo sesiones especiales del Congreso hasta un día antes de dejar el gobierno para que esa escribanía les apruebe más conchabos, mas curros, más robos, más mentiras, lo que nos asalta es la vergüenza ajena. La vergüenza ajena y la propia.

Porque muchos avalaron este proceso, muchos se creyeron o hicieron que se creían (por conveniencia personal) esta mentira consuetudinaria que la Argentina se dio el lujo de hacer durar 12 años. ¡Doce años! Para terminar llorando por un puestito en el Afsca o en el INDEC o en los nuevos “institutos” del deporte (¿?) de la juventud (¿?) o del presupuesto (¿?), o para estacionar camiones de culata en las dependencias para robarse todo. Son tristes, muchachos: dan lástima; son patéticos.

Esta retirada infame es la representación gráfica de un gobierno compuesto por personas que nunca dieron la talla para manejar los destinos de la República; por un malevaje sin formación que usó al Estado como cabecera de playa, como una tierra ocupada de la que se hicieron dueños para aprovechamiento puramente personal.

Hoy circulaba el rumor de que hasta un hijo de Edgardo Mocca, el periodista militante de 6,7,8, que ni siquiera habría terminado el secundario había sido nombrado mediante una resolución especial a la que fue necesario recurrir porque obviamente el hijo de Mocca no reunía los requisitos mínimos de ingreso.

Lo único que cabría esperar es que todos estos ladrones que buscan un papel que los legitime para seguir saqueando el presupuesto público, sean puestos en su lugar por el próximo gobierno, sea el que sea.

Nada de lo que está ocurriendo a la vista de todos es legal: ni que se lleven los muebles y hasta los equipos de aire acondicionado de la intendencia de Quilmes, hasta el nombramiento de Mocca, pasando por los 500 ñoquis de Concepción de Tucumán y llegando a los “institutos” aprobados por el Congreso para ser futuros aguantaderos de La Cámpora.

Estos actos están viciados de nulidad absoluta. Son tan inverosímilmente grotescos que su solo conocimiento los fulmina con el veredicto de lo absurdo.

El espectáculo que da el kirchnerismo en su función final lleva el mismo sello que llevó siempre: el de un conjunto de impresentables que usó al Estado para elevarse a una categoría superior, para auto constituirse en una casta desigual y enriquecida a la que siempre le importó un bledo la suerte de todos.

Hundió en una pobreza gris y estructural a 14 millones de personas; engañó a una generación que se crió en la mentira y en la laxitud; vendió un muñeco de cartón hueco y disvalioso y termina dando pena, llorando puestos y robando muebles.

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