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La mentirosa serial

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Cristina Fernández sigue creyendo que la mentira la llevará a alguna parte. Aun no advirtió que ese camino, en realidad, al único lugar al que la ha acercado es a la cárcel.

En una maniobra que cuesta creer, publicó en su consabida y acostumbrada catarata de apariciones en las redes sociales, una especie de miniserie de pésimo gusto, en donde, haciéndose la movilera canchera y superada, intenta una visita guiada a la casa de la gobernadora Kirchner en Santa Cruz pretendiendo mostrar las agresiones recibidas durante las manifestaciones en su contra de la semana pasada.

Allí argumentó, en un relato melodramático, que ella, su cuñada y su nieta estaban solas a expensas de hordas de desestabilizadores enviadas por Macri con la intención de quién sabe qué hacer con ellas.

Ni siquiera reparó que todo el mundo advertiría rápidamente que las estructuras y personal de custodia de la policía santacruceña a cargo de la seguridad de la gobernadora, están ubicadas físicamente adentro del predio de la residencia.

Está –como estuvo probablemente desde que tiene uso de razón- tan involucrada con la mentira y con vivir de mentiras, que ni siquiera advirtió ese detalle fácilmente descubrible por quienes están familiarizados con la propiedad en la capital de la provincia. El hecho, como era obvio, terminó revelándose en la prensa nacional a las pocas horas.

Toda la presentación tuvo el ingrediente que caracteriza a su persona y que fue el sello distintivo de su gobierno: el patetismo. Porque todo fue patético.

Sin embargo, la ex presidente no se conformó con su miniproducción de Hollywood y avanzó un poco más, haciendo foco en unos cuantos periodistas a quienes, como acostumbró siempre, intentó escrachar por las mismas redes sociales que le habían servido de soporte tecnológico a su video de mal gusto.

Fiel al imperio de la mentira, divulgó fotografías con graphs de televisión falsos en los que se veía a Alejadro Fantino, Santiago del Moro y Mariana Fabbiani -entre otros- con zócalos de TV impresos en donde se veía monocordemente el título “Santa Cruz, la Venezuela argentina”.

Paradójicamente, más allá de que la figura es estrictamente cierta -a tal punto de que fue, precisamente, el título que mucho antes de que todo esto ocurriera le dimos a la nota que escribimos para esta columna el lunes por la mañana (recordamos que esos programas se emitieron el lunes por la noche)- lo real es que los “zócalos” eran falsos y muchas de las imágenes de los periodistas fueron producto de un fotomontaje de ocasiones anteriores de ellos mismos frente a las cámaras en situaciones que nada tenían que ver con la Sra. Fernández.

Probablemente el caso más grotesco haya sido el de Mariana Fabiana de quien se eligió una imagen estática de televisión en donde la nieta de Mariano Mores aparece llorando con el referido “zocalo” en el piso de la pantalla. La imagen pertenece a un momento en que Mariana comentaba la doble muerte de su abuela y de su íntimo amigo Jorge Ibañez, hace ya dos años.

Todos los periodistas salieron a responderle como corresponde a la mentirosa serial aun cuando, paradójicamente, en este caso no deberían haberse disculpado de nada (si los zócalos hubieran sido ciertos y hubieran existido) porque efectivamente, Santa Cruz es la república bolivariana que la Argentina tiene incrustada en su geografía. Esa provincia es la prueba más ignominiosa de lo que puede una idea inútil, fracasada, gris, envidiosa y que promueve el resentimiento social. Eso – en Santa Cruz, en Venezuela o en Alemania Oriental- es lo que produce: miseria, hambre y dictadura.

Por supuesto que, en este caso, se suma la burdez de haber mentido y de haber publicado imágenes fotomontadas con videogrpahs falsos que, en el caso de Fabbiani, la llevaron a responderle a la ex presidente “Soy honrada y honesta, ¿puede usted decir lo mismo?” La respuesta es obvia.

Es indudable que, más allá de que nunca estuvo en sus cabales reales, la Sra. Fernández está perdiendo a una velocidad asombrosa el poco sentido de las proporciones que le quedaba. La situación judicial por la que atraviesa aun cuando sea en libertad –situación que, con la detención preventiva del Jefe de la Policía de la Ciudad, apoyada solo en la existencia un papel manuscrito, se hace cada vez más incomprensible- la tiene desesperada y dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de arruinar  las posibilidades de éxito del nuevo gobierno y que, con él, el populismo reciba un golpe poco menos que mortal en la Argentina obligando, incluso, a una seria reformulación seria del propio peronismo hacia el futuro.

Par evitar que eso ocurra está dispuesta a hacer, repetimos, cualquier cosa. La propulsa además el que quizás sea el motor más poderoso que pueda tener una persona para estar decidida a todo: no perder su libertad.

No me resultaría para nada extraño que, en el caso de que el juez Claudio Bonadio le conceda el permiso para salir del país, termine pidiendo asilo político (probablemente en Grecia) para eludir los pronunciamientos de la Justicia y sus responsabilidades por lo que le hizo a la sociedad argentina mientras utilizo la fachada del gobierno para robarle al pueblo.

Por eso la Justicia debería pensar muy bien lo que va a hacer con ese caso. Y la sociedad también preguntarse sobre la rareza de que un comisario termine preso por una serie de garabatos (de los que por supuesto tendrá que dar las explicaciones que corresponda) mientras ella, con volúmenes enteros de pruebas en su contra, se puede seguir dando el lujo, en libertad, de producir minidocumentales mentirosos para manchar el honor con el que, aunque a ella le parezca mentira, aún estamos hechos la mayoría de los argentinos.

>Aruba

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