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La manifestación de una cultura

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La cuestión de los pasajes de los legisladores nacionales no es más que una muestra en pequeño que la política ofrece sobre la cultura media de la sociedad; es una de las tantas manifestaciones que tienen las costumbres nacionales de mostrarse, esta vez, en el ámbito público.

La argentina es una sociedad “busca”. “Busca” está definido en el diccionario del lunfardo como “pícaro”, “despabilado”, “ramera”.

Y la Argentina ha naturalizado, efectivamente, esa cultura de la picardía por la que cree que va a obtener lo mismo o más yendo “por izquierda” que aquellos que intentan vivir de acuerdo a la ley.

El “pícaro”, el “vivo”, es un personaje venerado por la sociedad. En silencio o sin ventilarlo demasiado, todo el mundo admira secretamente a quien logró encontrar un “curro” que con un cuarto del esfuerzo le retorne el doble de ingreso. Esa es la eterna búsqueda de la sociedad.

Si los argentinos invirtieran un cuarto del tiempo que utilizan en pensar atajos en generar hechos de creación de riqueza verdadera, no hay dudas que el país sería una potencia.

Y los diputados y senadores no son una excepción a esta regla: al contrario, son la fiel representación de ese carácter nacional que, al encontrarse imbuido de los poderes del Estado, los utiliza como parte de la gran picardía nacional.

Son “buscas”, berretas, que encontraron un “filo” para darse la gran vida generándose ingreso de bolsillo sin un esfuerzo proporcional que lo justifique o lo explique.

No debemos olvidar que los pasajes son entregados a los diputados y senadores sin que estos deban justificar la existencia de viajes. Son “vales” canjeables por dinero. No se trata de una reposición de efectivo. El dinero se entrega sin que deba probarse la existencia de ningún traslado. Es un curro.

Pero el punto aquí es el quantum de autoridad moral que tiene la sociedad para levantar el dedo como si, privadamente, la mayoría de los argentinos no tratara de hacer lo mismo en su vida propia.

Seguramente hay muchos que, efectivamente, viven de acuerdo a lo que producen y su ingreso es el reflejo de lo que su actividad puede explicar. Pero todos sabemos que el nivel de legalidad medio de la sociedad es bastante laxo y la capacidad para “teñir” de legalidad conductas border es asombrosamente creativa.

Desde La Salada hasta los Manteros y desde la mafia de la Aduana hasta las “cuevas”, los ejemplos se multiplican por miles en donde la “picardía” argentina, la “viveza criolla” se pone a prueba.

Los legisladores no han hecho otra cosa que inventar un nuevo capítulo del clásico “busca” argentino, esta vez, en la política.

Llama la atención que uno de los justificativos ensayados para pretender explicar lo que ha ocurrido (con lo que no es otra cosa que dinero en negro entregado como sueldo extra) haya sido el hecho de que “es una práctica que viene de hace largo tiempo”.

En efecto, la naturalización de lo anormal es otra de las características que tiene la sociedad de codearse con la ilegalidad. Parecería que la mera repetición del hecho ilícito terminara por convertirlo en legal. Con lo cual se daría la enorme paradoja de que una forma de sacar de la ilegalidad lo que es ilegal consiste en seguir haciéndolo.

El debate generado en los medios es bienvenido y podría ser considerado como una muestra de reacción social en el buen sentido. Pero como también tenemos en nuestro archivo pruebas de enorme “careteo” (es decir de adoptar poses o “caretas” para disimular, con declaraciones políticamente correctas, conductas que por otro lado vamos a seguir haciendo) déjenme, simplemente, mantener abierto un espacio para la duda razonable.

Por supuesto que lo que aquí se escribe no pretende justificar ni explicar la conducta de los legisladores, sino simplemente poner de manifiesto que ella no es diferente de las conductas del promedio de la sociedad que los cuestiona.

Para mí sería mucho más fácil y simpático entrarles a los diputados y senadores con hacha y tiza con un tema con el que, además, es facilísimo destruirlos. Pero siempre he tratado de encontrarle una explicación a las cosas antes de ingresar en el círculo de la mera crítica. Y creo que este es el caso perfecto para poner sobre la mesa ambas cosas: la convicción de que estamos ante algo que está decididamente mal, pero también de que es una manifestación más que la política nos entrega para confirmarnos que ella no es más que una muestra en pequeño de cómo somos como sociedad y que relación tenemos con la ley, con la verdad y con la mentira.

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