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La dueña de las pesadillas

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Si algo faltaba en la Argentina para que la sociedad tome conciencia de aquello a lo que están dispuestos los que no se resignan a perder el poder y a usar el Estado como un botín de guerra propio, eso es lo que está ocurriendo con el caso de Santiago Maldonado.

Un bohemio simpatizante de la causa de mapuches que son repudiados por los propios mapuches, un rebelde sin causa relacionado con parientes de Cristina Fernández, un participante de atentados violentos de gente encapuchada, que desaparece oportuna y sugestivamente una semana después de que el gobierno había ratificado en las urnas el apoyo popular recibido en noviembre de 2015.

Como evaporada en el aire, una persona, relacionada íntimamente con quienes perdieron el poder y lo están tratando de retomar por las vías que sean (como ellos mismos sin tapujos lo han confesado), desaparece justo cuando tenía que desaparecer; una persona que simpatiza con los delincuentes que gobernaron el país durante los últimos doce años y que deja de ser visto tras protagonizar hechos violentos en la Patagonia se convierte en el centro de cuestionamiento a una ministra de seguridad que podrá tener todas las fallas del mundo pero que en los últimos dos meses metió presos y desarticuló más narcotraficantes que en toda la historia combinada de la Argentina; que apresó traficantes de personas, que incautó toneladas de droga, que llevó ante la Justicia a decenas de delincuentes sueltos que no solo ponían en vilo la seguridad de los ciudadanos sino que atentaban contra el futuro de miles de chicos a los que reclutaban como soldaditos de la droga y a los que metían en un mundo sin retorno.

Justo cuando todo este camino empezaba a recorrerse, justo ahí, desaparece Maldonado y se le pide la renuncia a Bullrich bajo el argumento de que es la ministra de una dictadura que tiene entre sus planes un programa sistemático de desaparición de personas como la dictadura militar.

Es tan burdo como idea que parece un sketch para un programa cómico de la televisión. Quiero ser completamente claro en esto, más allá de la equidistancia que todo periodista debe mantener con el poder (e incluso admitiendo que un periodista debe ser para el poder más una piedra en el zapato que una voz complaciente): ¿Si creo que el gobierno de Mauricio Macri pudo secuestrar a Santiago Maldonado y hacerlo desaparecer por razones políticas? Respuesta: no, no lo creo bajo ningún punto de vista. ¿Si creo que los que gobernaron el país entre 2003 y 2015 pueden haber orquestado un plan para “fabricar” la desaparición de Maldonado y endilgársela al gobierno? Si, por supuesto, no me cabe ninguna duda de que son capaces.

Son capaces de eso y de mucho más. Fueron capaces de Irán y de Nisman. Fueron capaces de Julio López. Fueron capaces de establecer un régimen “todolitario” consistente en concentrar el poder en un solo puño y amenazar “ir por todo”.

Fueron capaces de robar miles de millones de dólares a la vista de todo el mundo; fueron capaces de destruir las instituciones jurídicas y, lo que es peor, dar vuelta la moral media de la sociedad. Fueron capaces de traicionar a la Patria encubriendo al enemigo que mató más de 120 argentinos en dos atentados de guerra contra el país. Fueron capaces de mentirle en la cara a todos los argentinos, destruyendo las estadísticas públicas, diciendo que la inseguridad era una sensación y que teníamos menos pobres que Alemania.

A esa gente la creo capaz de cualquier cosa, desesperada como está por no ir presa, llena de odio como estuvo siempre, llena de cinismo y enferma de poder.

La creo también capaz de aliarse a quien sea con tal de ver fracasar al gobierno de Cambiemos. Incluso a grupos minoritarios que suscriben una revolución que los argentinos rechazan consistentemente elección tras elección en las urnas.

Pero esto es historia vieja: el mundo sabe de sobra que todos los totalitarismos han sido empujados por minorías violentas frente a mayorías pusilánimes, miedosas o silenciosas. Ninguna dictadura ha sido mayoritaria. Todas fueron el desenlace del accionar minoritario pero violento de grupos marginales que, por inacción de la mayoría, trepan hasta el poder.

El kirchenrismo creyó encontrar la llave del disimulo de esa regla de oro haciéndose pasar por un movimiento “revolucionario” que era “mayoritariamente” votado para enfrentar un poder que no era el poder del Estado sino el poder de lo que ellos llaman “las corporaciones”.

Muy bien: la mentira se les terminó. Tanto tiraron de la cuerda del afano, de la mentira y de la inmoralidad que ahora han quedado reducidos a las dimensiones que en cualquier parte ocupan las sectas de fanáticos. Y las sectas de fanáticos son eso: un conjunto de seres capaces de hacer cualquier cosa, desde matarse a sí mismos, hasta matar a los demás o inventar el humildísmo plan de hacer pasar a una persona como desaparecida para endilgarle la culpa a otro.

Se trata de una acción muy mínima comparada contra lo que están decididos a hacer. Con todo lo grave que significa montar un escenario como éste, eso dista mucho de ser lo más audaz de lo que son capaces.

El gobierno debería estar muy atento a esa realidad. No está enfrentando aquí a solo un conjunto de románticos que reivindican a un conjunto de indígenas que ni siquiera son originarios de la Argentina. Aquí hay una fuerza que no se resigna a perder; que no admite que no puede volver a gobernar para robar para sí mimos, que no está dispuesta a dar respuestas de sus actos pasados a la Justicia y que tiene atravesada en el estómago una sed de venganza que sueña con vindicar.

Del caso Maldonado no creo una palabra. Como jamás creí una sola palabra de las que salieron de la jefa que ordena todos los disturbios y destrozos a los que el país asiste azorado. Si alguien busca de veras a Santiago Maldonado, las miradas deberían dirigirse a Cristina Fernández y no a Patricia Bullrich. Es ella quien está detrás de todas las pesadillas del país.

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