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Instituciones y pobreza

Hoy Alberto Fernández mandó a un periodista a que aprendiera a trabajar de periodista. ¿A cuántos más mandará a aprender a trabajar de aquí hasta 2023 si gana las elecciones?

El sello indeleble de un ADN autoritario no se borra con una coaching de campaña. Para ser peronista hay que ser autoritario. Y Alberto Fernández tiene tildado ese requisito varias veces, por si una no fuera suficiente.

Detrás de su tono estudiado surge el alma de todo déspota: el poner su voluntad por encima de la de los demás. El peronismo representa, en ese sentido, todo lo opuesto a lo que la Constitución se propuso cuando se sancionó. Esa meta era muy sencilla y visible: limitar el poder. No había otro norte en los constituyentes que no fuera ese: limitar el poder.

Todas las disposiciones de la Constitución eyectan de su marco a personas como Fernández, porque los Fernández son la contracara de ese principio. El peronismo constituye una especie de paroxismo de la expansión del poder, por eso es algo más que un movimiento autoritario; es un movimiento anti-constitucional en el sentido axiológico del término.

En efecto, el peronismo -y hoy en día los Fernández, claro está- representa todo lo que la Constitución vino a remover. Toda aquella herencia del autoritarismo prepotente que se imponía por la fuerza y por el terror fue lo que mantuvo a la Argentina dividida y en guerra consigo misma durante 43 años de guerra interior, desde 1810 a 1853.

Allí había proliferado la violencia, la muerte, la concentración del poder, la anarquía y el despotismo, el gobierno del más fuerte y la ausencia de la ley. Allí prevalecía el grito y la emboscada, la traición y la venganza. El país cócoro que gritaba sus glorias en el himno daba paso a un desierto analfabeto y miserable, fruto del autoritarismo, la prepotencia y el atropello.

Hasta que todo eso no fue cambiado por el Estado de Derecho que trajo la Constitución, el país se debatía en la miseria y en la hambruna. La legislación heredada de la Casa de Contratación de Sevilla solo había servido para reproducir holgazanes fiscalistas, mientras el mundo veía nacer naciones progresistas a la luz de las instituciones de la Ilustración.

Fueron esas instituciones las que transformaron la Argentina en una especie de fenómeno incomprensible para el resto del mundo, tan incomprensible como ahora pero por las buenas razones; por aquellas que no eran suficientes para convencer a la humanidad de cómo un país periférico y sin historia podía haberse entreverado entre las naciones más ricas del globo.

Fueron primero las instituciones y luego la economía. No al revés. Fue primero la ley y no el PBI. Fue primero el marco jurídico y no las inversiones. La economía, el PBI y las inversiones fueron la consecuencia de las instituciones, de la ley y del marco jurídico.

Eso mismo está en juego hoy. Si alguien cree que el marasmo argentino se arreglará porque algún mago acierte con una fórmula económica, vive engañado. Solo el afianzamiento del orden constitucional es el que sentará las bases para que la economía vuelva a crecer.

Todas las veces que la Argentina creyó haber encontrado una fórmula económica que, gambeteando la Constitución, pudiera obtener el éxito económico desconociendo los cimientos institucionales, el país se volvió a fundir. Así le pasó con el Plan Austral y con el de Convertibilidad.

La única base sólida para destruir la pobreza es que el país vuelva al orden de la Constitución. Y ese orden, por lo que venimos explicando, es diametralmente opuesto al peronismo. Por eso el peronismo es el que trajo la pobreza e hizo de ella un negocio posterior.

Al ser la contracara de lo que la Constitución dispone, el peronismo dirige, sin esfuerzo, el país hacia la miseria. No debe poner demasiado empeño en esa empresa: solo debe ser como es.

Por eso los Fernández no tienen destino como solución a los reclamos urgentes de la sociedad. Todos ellos se agudizarán porque los Fernández suponen la negación de la ley, el imperio del grito, la fuerza de la patota y el sometimiento a la ley del más fuerte. Son unos personajes “coloniales” y representan una fuerza “colonial”, es decir, compatibles con la Colonia, con la que éramos cuando nos gobernaban los virreyes.

En la Colonia lo que no era obligatorio, estaba prohibido. Esas eran las opciones del pueblo. En ninguna había otro margen de maniobra que no fuera el sometimiento. El Estado era el supremo y quien le hiciera frente era hombre muerto porque no había ley ni jueces imparciales que lo defendieran.

Ese es el mismo esquema que el peronismo ha reproducido en la “modernidad”. Se trata de un regreso a la Edad de Piedra en plena Era del Conocimiento. Y ese es el esquema que representa Fernández cuando manda a la gente a que aprenda a trabajar de lo que trabaja. Es un taita. O eso se cree. Entiende que porque una mayoría circunstancial lo votó (Macri no hubiera sido presidente si muchos de esos mismos que votaron el 11 de agosto por Fernández no hubieran votado antes por Macri) puede hacer lo que quiere porque él ES la ley. Así pensaba Rosas, Perón y por supuesto, Kirchner.

No habrá salida de la pobreza con un gobierno de taitas. Los taitas nos llevan a la Colonia, no al progreso. Solo si florecen las instituciones de la Constitución la Argentina podrá salir del pozo en el que se metió ¿Y ustedes creen que los Fernández llegan con ese próposito? 

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