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FpD

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El partido del gobierno eligió la sigla de FpV para designar su nombre, Frente para la Victoria.

Bajo ese nombre gobernó doce años trasmitiendo la idea de que justamente la “victoria” es lo único que cuenta. Néstor Kirchner, en plena crisis del campo, desaforado y trepado a las escalinatas del Congreso, llevó al éxtasis ese concepto cuando acuñó aquella frase que en estos días se está repitiendo trunca.

La frase completa del ex presidente fue: “Si no les gusta esto, armen un partido político, ganen las elecciones… y después hagan lo que quieran”.

Fue el desiderátum del despotismo democrático: ganar como sea y después “hacer lo que se quisiera”. No hay ley, no hay Constitución, no hay Estado de Derecho, no hay límites: solo existe mi voluntad respaldada por la opinión electoral circunstancialmente mayoritaria.

Se trata de la negación misma de 400 años de evolución del Derecho. Para los Kirchner, pasaron 4 siglos de construcción jurídica de progreso para nada, al divino botón, como si hubiese llovido.

Para esta concepción todo se dirime en la “victoria”, probablemente la palabra más guevarista de la historia reciente. La “victoria” lo justifica todo porque ella es el medio, el vehículo, para “hacer lo que quiero”, para negar al otro, para reducir a los demás a la nada, para apropiarme de la ley y de los recursos del Estado. El botín es muy grande como para no estar dispuesto a ir por él, a como dé lugar.

Durante todos estos años las informaciones sobre fraude en las elecciones han corrido en toda ocasión como reguero de pólvora. Ese sistema “evolucionó” hasta lo de Tucumán en donde terminó de estallar en un espectáculo dantesco que consagró  a un gobernador completamente ilegítimo. Pero allí está Manzur gobernando. Maradona hubiera lanzado su tradicional “LTA”.

La Justicia no ha estado a la altura de las circunstancias y los perjudicados por esos episodios, digamos, sospechosos, han terminado por bajar la cabeza y dejarlos pasar.

En las semanas previas al ballotage del domingo,  todas las informaciones coincidían en dar a Macri una ventaja de entre ocho y diez puntos por sobre Scioli. Las fuentes del gobierno y de la Casa Rosada tenían el mismo horizonte. A su vez, fue un secreto a voces la seria preocupación de la Sra. de Kirchner por asegurarse que Macri no llegara a la sacrosanta cifra del 54%.

En esas circunstancias, el domingo 15 de noviembre llegó al país un asesor mexicano del PRI que comenzó a trabajar con Wado de Pedro y la vicepresidente del Correo, Vanessa Piesciorovski. En muchas reuniones también participaron Zannini, Ottavis y Navarro

Analizaron los números electorales y un modelo que trajo el mexicano de encripte de sistema en el recuento y cambio progresivo de 3 horas, al pasar  los resultados de los centros de transferencia de datos. Esos resultados se van a cargando a “una nube” que tiene el sistema. Y luego se pasan a las máquinas para confirmar los telegramas. En ese último paso (de la nube a las maquinas) se invertirían los números entre los votos en blanco y los de  Cambiemos en pocas cantidades.

El partido de Macri tenía fiscales en los centros de transferencia de datos pero lejos de la carga y del Correo donde se ven los resultados ya cargados.

El sistema fue probado con éxito por el PRI en México y aunque solo sirve para elecciones muy ajustadas, puede alterar el resultado en un 3 por ciento aproximadamente.

El voto en blanco del domingo una de las variables del “método” fue llamativamente bajo el domingo, cuando hubo líderes de fuerzas que se presentaron el domingo 25 que llamaron justamente a votar en blanco.

¿Es muy posible que el gobierno haya dado luz verde a un plan como este para achicar las diferencias que anticipaban todos los sondeos y el clima que se “escuchaba” en la sociedad?

Pongámoslo de otra manera, ¿sería el kirchnerismo capaz de echar mano a un método así para ganar o para hacer que su derrota sea más presentable?, ¿sería posible hablar de un “FpD”, un “fraude para la derrota”?

Cada cual tendrá su criterio frente a esta hipótesis, pero quien emitió conceptos como “ganar para hacer lo que queramos”, “vamos por todo”, “justicia legítima”, “periodismo militante”, y otras tantas ideas negadoras fueron ellos, no otros.

Esta vez las trapisondas no eran para ganar; no era un “fraude para la victoria”, pero servían para achicar el número, evitar el papelón y construir a partir de ahí la idea de “los dos países”, del “empate”, del “estamos iguales”, del “es evidente que nadie nos quiso echar”, del “ojo con lo que vas a hacer”.

No tengo pruebas de la puesta en marcha de este mecanismo. Lo admito. Pero el kirchnerismo ha jugado tan sucio tantas veces, se ha valido tantos de artilugios, atajos y chicanas, que nada me sorprendería. Después de todo un 54 a 47 (o cualquier cifra similar) no es lo mismo que un 51 a 48.

Lo dejo a su criterio, como diría la filosofo contemporánea Karina Jellinek.

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