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¿Fácil o difícil?

Después de la columna de ayer sobre el gobierno parcelado he recibido muchos y variados mensajes. Algunos comparten la descripción pero entienden que la cosa no es sencilla porque el presidente está donde está porque lo puso en ese lugar la facción de la cual, paradójicamente, debería deshacerse.

Es cierto que no es sencillo para Fernández. Pero gran parte de la dificultad puede ser eliminada de un plumazo porque depende de una sola cosa: de su voluntad.

En efecto, la idea del “no puede porque Fernández está allí porque lo puso Cristina” puede ser cambiada tal como Néstor Kirchner cambió el preconcepto de que sería un “chirolita” de Duhalde.

Kirchner -paradójicamente tan mencionado elogiosamente por el presidente- tenía un proyecto propio y sabía que para desarrollarlo debía desembarazarse de Duhalde. Y lo hizo. No importa que con eso haya comenzado a construir el imperio mafioso que saqueó a la sociedad argentina desde ese momento hasta ahora. Esa es otra discusión en la que seguramente estaremos de acuerdo.

El punto en el que me quiero concentrar aquí es que un presidente con un proyecto y una determinada voluntad puede independizarse de las fuerzas que lo pusieron en el trono que ocupa.

Para eso se requiere, como dijimos, de tener un proyecto y tener voluntad de llevarlo a cabo.

La pregunta no es, entonces, si desembarazarse de la izquierda kirchnerista es fácil o difícil. La pregunta es si el presidente, porque tiene un proyecto, lo quiere hacer.

El primer punto de la cuestión entonces será dilucidar si el presidente tiene un proyecto. El segundo, si el proyecto es diferente al de la izquierda kirchnerista.

Fernández ha sido en este punto, por lo menos hasta ahora, ambiguo. Mucha gente tiene de él diferentes versiones porque él mismo con sus declaraciones tan contradictorias como polémicas, se encargó de que se fuera formando ese concepto alrededor de su persona.

Nadie duda de que parece ser una persona conciliadora, pero también pocos dudan que tiene pocas pulgas. Muchos asegurarían que es afable y educado, pero fue él quien escribió el amenazador tuit “sábelo, @alconada”.

Muchos creen que Fernández tiene una determinada visión del mundo y que sus recientes viajes lo confirmarían. Pero él es el mismo Fernández que coqueteó con el Grupo de Puebla, que no define a Maduro como lo que es -un dictador-, que le dio asilo a Evo Morales y que acogió a un agente venezolano y a otro cubano en su asunción, cuando sabía que los EEUU iban a cumplir un rol fundamental en la solución de la deuda. De hecho el enviado de Trump se levantó y se fue de la ceremonia inaugural.

Fernández es el que definió a Cristina Fernández como una “cínica”, “deplorable” y como autora del delito de encubrimiento, al firmar el tratado con Irán. Pero es el mismo Fernández que, según él mismo lo dice, conversa todos los días con ella.

Fernández sabe que la primera condición del desarrollo es la paz y para que haya paz debe haber una decisión inconmovible de aplicarle todo el peso de la ley a los delincuentes. Pero justo al lado de esa convicción, Fernández designó en el ministerio de seguridad a una persona que supone que las verdaderas víctimas del país son los delincuentes que deben salir a robar y a matar porque la sociedad injusta los puso en ese brete.

Los que lo conocen más dicen que Fernández entiende perfectamente que la composición impositiva actual del país es inviable, pero a poco de asumir decretó un impuestazo histórico. Y también muchos indican que no comulga con el gobernador Kicillof ni con sus ideas marxistas, pero al mismo tiempo aceptó su postulación y hoy Kicillof gobierna el 40% del país.

No se sabe si Fernández es un excelso jugador de ajedrez que está tejiendo su plan a medida que gana tiempo. No daría la impresión. 

Más bien parece ser un porteño arribista que vio la veta de llegar a la cúspide y tomo ese colectivo para que su nombre figurar en la historia. Si es así, puede ser que vaya a quedar en la historia, pero no por las buenas razones.

Todo lo que enumeramos aquí nos lleva a concluir que el presidente no tiene un proyecto. Por lo tanto, mal puede llevarlo adelante. Quienes lo pusieron en su lugar sí lo tienen: su proyecto es la instauración de un régimen de castas medievales en donde todo el pueblo sea igual en la miseria y ellos privilegiados en las poltronas del Estado. Como fue en la URSS, como lo es en Cuba, en Venezuela y en todos los lugares que tuvieron la desgracia de padecer la alimaña comunista.

No sé porque es tan difícil de entender cuáles son los principios que, al mismo tiempo, igualan las oportunidades y generan riqueza. Pero en todo caso sé que el presidente no aprendió esa lección.

La dificultad entonces no estriba en que como Fernández llegó a ese lugar de la mano de la izquierda kirchnerista no se los puede sacar de encima. El peronismo ha dado sobradas muestras de manejar las artimañas de esas traiciones como pocos en el mundo. De modo que si el presidente entendiera de qué va la cosa, tomara ese camino como el proyecto más importante de su vida y se decidiera a llevarlo adelante, no sería demasiado difícil concretarlo.

El problema es que Fernández es una ameba burocrática sin proyecto. Tuvo la ambición egoísta de llegar a ser presidente y lo logró. ¿Puede romper su pacto? Sí claro. Aquí contamos las condiciones que debería cumplir para lograrlo. El punto es que parecería no cumplirlas.

Si es así, lo que hizo se parecerá mucho a haberle vendido el alma al diablo para ser presidente. Y al diablo no le importa que el presidente no tenga un plan. “Él” sí lo tiene.

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