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Es necesario un GPS

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La división física del área económica del gobierno no es una mera división física. Ese escenario segmentado responde a que el gobierno parece no disponer de un programa completo, de una complexión enhebrada del rumbo de la economía, de un diseño entero proyectado a un horizonte predefinido.

Esta realidad constituye uno de los costados más discutibles de la administración del presidente Macri. La ausencia de ese mapa, de ese GPS, tiene a los agentes económicos (es decir a todos los argentinos en sus diferentes quehaceres) como andando a tientas, esperando ver que impacto causan en su vida concreta las medidas sueltas que el gobierno va tomando, según sean las circunstancias.

Es cierto que la Argentina tiene una larga historia de “planes” o “programas” económicos que la condujeron a desastres de diferente magnitud. Pero esos resultados no fueron la consecuencia de la existencia de un plan o programa sino a que, probablemente, esos planes no eran buenos o a que fueron implementados de mala manera.

Cancelar definitivamente de la vida administrativa del país la idea de elaborar un plan porque otros planes fallaron sería lo mismo que desterrar el futbol porque no se están viendo buenos partidos. Lo que hay que hacer es jugar mejor, pero no eliminar el fútbol.

En el caso de la administración económica sucede algo similar. Lo que hay que hacer es un buen programa, unívoco, compensado, coherente, en donde todas las medidas aparezcan entrelazadas y dándose sentido unas a otras, y ejecutado por un equipo firme, con una conducción central que monitoree el rumbo, concentre el control del funcionamiento acompasado de las medidas y disponga de las correcciones necesarias conforme el programa avanza.

Esto no se ve hoy en la Argentina. La gente tiene una sensación difícil de describir con palabras, pero, bueno, muy parecida a esos casos en donde te falta un mapa del rumbo.

Los Kirchner tampoco tuvieron un plan (fuera del que desplegaron para robarse todo lo que pudieran) pero al menos la sociedad sabía que el horizonte de similitud -si aquella tendencia continuaba- era Venezuela.  

Naturalmente era un objetivo horrible pero al menos, al palparlo, uno podía tomar las precauciones que considerara necesarias (irse del país, poner los dólares en el colchón o en una caja de seguridad o fugarlos al exterior, etcétera, etcétera) Hoy en día, en cambio, sacando el hecho de que claramente Venezuela no es la meta de Cambiemos, no se sabe bien cuáles serán los instrumentos de política económica y cual el perfil económico que el gobierno busca.

Es curioso porque muchos lo acusan de “liberal”, cuando gran parte de los corsés que cincuenta años de regulación económica le impusieron a la Argentina, siguen vigentes. Otros lo consideran, al contrario, excesivamente lento para remover las incontables regulaciones que mantienen atada la productividad nacional y creen que protagoniza un keynesianismo honesto y educado (no la piratería de Kicillof) pero keynesianismo al fin. Parecería que el gobierno, por no enojar a nadie, está logrando que se enojen todos.

Sería interesante que esta lógica pudiera romperse y que la administración del presidente definiera con precisión el set de convicciones económicas que lo animan. Es posible que tomando una postura se gane la antipatía de algunos, pero al menos, va a contar con el apoyo fiel de otros.

En las presentes circunstancias está a mitad de camino: no termina de conformar a nadie y llena de dudas a todo el mundo.

Macri necesitaría un Rozichner económico. Todo el mundo sabe que el filósofo que se desempeña en el área de comunicación de la Jefatura de Gabinete es la persona que piensa el tipo de sociedad que Cambiemos se propone construir; incluso el tipo de “argentino” que la coalición de gobierno tiene en mente.

Bueno, algo así se precisaría en economía. Es más, sería algo necesario porque el modelo social que Rozichner o el propio Macri pueden tener en mente no se logra con cualquier diseño económico. Solo algunos son compatibles con aquella filosofía.

Y si no se quisiera implementar estas ideas por simple coherencia filosófica, al menos háganlo por conveniencia práctica: las inversiones no llegarán a un lugar que no tenga un Norte definido y un rumbo firme -que podrá ser más lento o más rápido- pero respecto del cual no se duda de su dirección.

La unificación de la administración económica pedida por muchos no necesariamente es un hecho simplemente estético: sería la manifestación exterior de una decisión más profunda cual es la de programar un destino y un conjunto coherente de medidas para alcanzarlo.

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