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En el prólogo de lo impensado

Resulta bastante obvio a esta altura que Cristina Fernandez no considera completada su tarea de destrucción física y moral de la Argentina. Más allá de los ingentes esfuerzos que hizo durante su desastroso gobierno por alcanzar ambos objetivos, queda claro que no los considera conseguidos y ahora, desde la oposición, sigue empujando para que el país vuelva a los tiempos de las cavernas, donde cree que podría gobernar in eternum a una manada inculta y hambreada de zombies.

El peronismo que, en una primera impresión, parecería que quiere diferenciarse de ella, no logra desembarazarse de su sombra ni tampoco articular un mensaje contundente y libre de temores que mande a semejante esperpento a ocupar el rincón lamentable de la vergüenza que sin dudas merece.

De otra manera no se explica cómo pudo seguir las demagogias sin límites de esta señora que está más para un psiquiátrico o para la cárcel que para la cámara de senadores. Solo un conjunto de hombres muy inseguros y temerosos, sin planes propios, sin políticas firmes y sin convicción alguna más que la de hacer “fulbito para la tribuna”, pudo haber votado una ley tan irresponsable como la de la retrotraer las tarifas de la energía a abril de 2017.

Resulta obvio que el peronismo no acaba de entender que si la Argentina no logra alinear los precios de su energía con los internacionales no podrá salir de la lógica del subsidio y de la deuda, ambas soluciones de compromiso que no hacen más que atrasar la lucha contra la inflación y la convergencia a una economía ordenada.

El peronismo debería hacerse responsable de la tremenda crisis que generó con las políticas de Julio de Vido. También debería preguntarse por qué la gente antes de la gestión peronista/kirchnerista podía pagar precios internacionales de le energía con su ingreso en pesos y ahora no puede. ¿Qué ocurrió en el medio sino su propio gobierno? ¿Cuál fue el fenómeno, sino sus propios desatinos y sus estrafalarias políticas, lo que empobreció al pueblo de manera tal que hoy no puede pagar esos precios?

La gente también debería ser consciente de sus propias contradicciones. ¿Cómo no advirtió la artificialidad de los precios kirchneristas? ¿Cómo no se dio cuenta de que algo olía muy mal y de que los “regalos” en un momento se pagan?

A esta altura va resultando bastante evidente la existencia de un maridaje maligno en la Argentina entre la irresponsabilidad de una sociedad no completamente consciente de lo que cuesta hacer un país en serio y de una mujer completamente fuera de sus cabales que está dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de no ir a la cárcel y de ver cumplido su sueño de reinar eternamente a un conjunto de infradotados que le besen los pies mientras ella los escupe.

Resulta francamente penoso advertir y corroborar esta realidad. Cuando uno compara los esfuerzos y el trabajo que le ponen a cada día los ciudadanos de otros países para progresar individualmente en un marco de organización colectiva que permite la traducción positiva del esfuerzo individual al progreso del conjunto y compara esa realidad con la Argentina en donde existe una conciencia perversa acerca de la posibilidad real de la gratuidad y del esfuerzo mínimo, entiende por qué el país ha caído a niveles paupérrimos de productividad y nivel de vida cuando se compara la realidad con la potencialidad.

Cristina Fernandez y sus irracionalidades no constituyen una isla rara que carece de explicación racional: Cristina Fernandez es la consecuencia extrema de una sociedad proclive a creer en cuentos de hadas; de una sociedad jodida, de mala leche, que tritura la racionalidad para privilegiar la magia y que encumbró, en un momento dado de su historia, a la máxima exponente de ese conjunto de convicciones estrafalarias al lugar desde donde ella se encargó de profundizar esos desvaríos.

El gobierno de Cambiemos por “irla de bueno” perdió dos años tratando de hacer posible lo imposible: volver a ser de la Argentina un país normal en el que continuaran las anormalidades. Ahora la realidad ha dicho basta a todo eso y la empacada rebelión de algunos hace crujir el humor y todo parece perder el brillo del optimismo y la fe de la ilusión.

A eso se suma la especulación política de un peronismo que vuelve a demostrar que ha sido la peor desgracia política que le ha ocurrido al país en 200 años: rastrero, demagógico, ladino, pequeño, antinacional, en fin, todo lo que pueda decirse en materia de maldad política al servicio de intereses personales.

La Argentina se encuentra en un punto crucial de su historia: o entiende los desafíos de los países modernos y responsables o quedará marginada del futuro, expuesta a una posible escisión y supeditada a que el mundo le consienta o no seguir disfrutando de los lujos inusitados que su geografía le permite.

Uno cree que los países no pueden desaparecer; que semejante hecho es algo tan lejano de nuestra realidad cotidiana que ni siquiera nos lo planteamos. Pero resulta que los países si desparecen. Hay muchísimos ejemplos en la historia de desintegraciones que parecían increíbles y que, sin embargo, sucedieron. La Argentina no debería dar por descontada su unidad si no está dispuesta a admitir las responsabilidades de un país adulto. Ciertamente es posible que la realidad que hasta ahora se ha manifestado con lo que conocemos como “la grieta” perfore el piso de esa “falla” y fuerce la aparición de dos Argentinas distintas: una poblada por quienes esten dispuestos a asumir los desafíos de un país grande y otra que permanezca en la creencia de que un mago estatal puede transformar en feliz a un pueblo de zombies.

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