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De nuevo Francisco

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El Papa Francisco ha vuelto a hacer de las suyas. Luego de la publicitada reunión con Macri y su eventual y promocionada finalidad de cambiar la relación con el gobierno y en particular con el presidente, Bergoglio produce dos hechos que desorientan.

Poco menos que el mismo día que Macri anunciaba junto a Tabaré Vázquez que Venezuela no podía continuar siendo miembro del Mercosur mientras los elementos sustanciales de las democracias siguieran siendo ignorados en ese país, el Papa recibía de urgencia, y en una audiencia no prevista, a Nicolás Maduro en el Vaticano.

El intérprete de los pájaros volvía de un viaje a Irán y le pidió a Francisco si podía recibirlo. El Papa sin más trámite le dijo que sí. No fueron necesarias mil audiencias de funcionarios menores de ambas partes para acordar la “previa” del encuentro: Maduro levantó el teléfono y al otro día estaba en Roma.

En esa audiencia, Francisco lo bendijo y respaldó el “diálogo” en Venezuela tras lo cual Maduro regresó a Caracas y dio uno de los discursos más duros de los últimos tiempos, diciendo que no le temía a nada ni a nadie y que la oposición no lo iba a detener.

Dónde había quedado el dócil cordero que se arrodillaba ante Francisco nadie lo sabe, pero lo único cierto es que el dictador de las camisas rojas pareció regresar más fuerte que antes.

El Papa no puede ignorar ni lo que ocurre ni lo que viene ocurriendo en Venezuela desde que en 1999, Chavez instauró un régimen cívico-militar con severísimas restricciones a los derechos indivIduales y que al cabo de diecisiete años ha sumido al país en una cuasi guerra civil y en una crisis humanitaria de proporciones, en donde falta desde penicilina hasta papel higiénico.

Con ese panorama delante suyo no conminó a Maduro a devolverle la libertad a su pueblo sino que endosó su caricatura de “diálogo”. Ya todos vimos cuáles han sido los efectos internos en Venezuela de la actuación de Francisco.

En lo que se refiere a la Argentina, es obvio que el gobierno mantiene una disputa institucional con la procuradora general Alejandra Gils Carbó, la líder de Justicia Legítima que, desde su capacidad para ordenar la conducta de los fiscales, traba y demora los procesos en donde están imputados funcionarios kirchneristas. Gils Carbó transformó un sitio independiente de la Justicia en un púlpito partidario y utiliza las prerrogativas del Estado para favorecer ideológicamente a una secta política que no ha dejado delito por cometer.

Frente a este panorama insólito, en donde un estilete partidario, incrustado como quinta columna en el corazón mismo de las instituciones del país, pretende politizar las funciones de un poder que debe defender a los ciudadanos de los excesos de los gobiernos, el poder ejecutivo y el legislativo elaboraron un proyecto para intentar separar a la procuradora de sus funciones.

Independientemente de que con toda justificación una de las espadas principales de la coalición gobernante, Elisa Carrió, logró advertir sobre las dificultades constitucionales que enfrentaría la pretensión de intentar ese camino, no caben dudas que alguien con voluntad de ayudar debería advertir las guarangadas de Carbó y no ponerse de su lado o dar señales de empatía con quien utiliza su cargo para dificultar el castigo a los corruptos.

Muy bien ¿qué hizo Francisco? Autorizó a que Gustavo Vera, el operador que sigue mostrándose como su “enviado” en la Argentina, le llevara un rosario bendecido a la procuradora Gils Carbó.

¿Es verdad que el Papa recompuso su relación con el presidente?, ¿o más allá de las fotos, de Juliana, de Antonia y de toda la parafernalia de “buena onda” con que los allegados de uno y otro quisieron adornar la última reunión, Francisco y el presidente siguen manteniendo una puja de poder que, en el fondo, es el reflejo sobre una disputa acerca de quién manda más en la Argentina?

Si así fuera el Papa estaría cayendo muy bajo, operando para boicotear el proyecto del presidente, y actuando de mala manera en sentido contrario a las opiniones y acciones de quien fue puesto allí por la mayoría democrática de la Argentina. Se trata, desde ya, de algo que no corresponde y que, no sólo está reñido con los deberes principales que un Papa debe tener, sino que significa un trato injusto e ilegítimo, no solo para Macri, sino para el respeto institucional que se merece la decisión que el pueblo argentino tomó en su momento.

Respaldar a Maduro y a Gils Carbó (además mediante acciones indirectas, mediante “señales” socavadas, como son aceptar audiencias urgentes y enviar rosarios bendecidos) no está bien. Las “indirectas” siempre son ladinas. Si Francisco cree que es moralmente sostenible respaldar a Maduro y a Carbó que lo diga clara y directamente, pero que no envíe “señales”.

En términos de “buenos” y “malos” –para aplicar las reducciones de las películas- no hay dudas de que Maduro y Carbó están del lado de los malos. Sostenerlos apelando a la inmensa autoridad moral de su persona no habla bien del Papa. Habla más bien de que los sentimientos de rencor hacia un perfil del mundo que quizás Bergoglio llevó siempre en su corazón, afloran ahora disfrazados con las ropas de alguien contra quien es muy difícil asumir posiciones de enfrentamiento.

Francisco sabe eso. El Papa sabe que una formidable audiencia intermedia -que no distingue muy bien cómo empiezan las dictaduras hasta que no la sufre en carne propia- tiene por él un concepto que a priori le hace creer que todo lo que viene del Papa se supone que está bien.

Lo que parece estar ocurriendo aquí es que Bergoglio se aprovecha de eso para utilizar la silla de Pedro en respaldo de indeseables, y todo por una cuestión más relacionada con los poderes terrenales que con la primacía de la espiritualidad que -se supone- él debe liderar.

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