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El gobierno parcelado

Las señales del gobierno parcelado que debe soportar la Argentina siguen multiplicándose y profundizándose.

Desde La Habana, la multiprocesada vicepresidente hizo declaraciones económicas con el evidente ánimo de marcarle la cancha al presidente respecto de su plan para renegociar la deuda. Como se sabe, Fernández acaba de regresar de Europa hacia donde había ido para empezar a construir una base de apoyos que, se supone, le permita luego negociar una reunión con el gobierno norteamericano (el que tiene todos los votos para aprobar o no un acuerdo en el directorio del Fondo) y así conseguir el aval del organismo para luego pasar a intentar arreglar la deuda con los bonistas, pero ya con un visto bueno en la mano.

Esa estrategia que podríamos denominar “contemporizadora” fue torpedeada fuertemente desde la capital del comunismo por una vicepresidente que no cree en nada por sí misma que no sean alguna de estas tres cosas: ella misma, el odio visceral por todos aquellos contra los que guarda resentimiento y la irritación por la irritación misma.

Repetimos: la vicepresidente no tiene ningún principio, no cree en nada, porque para creer en algo -desde el punto de vista de la filosofía política- hay que estar formado y ella carece de ese activo, su vida intelectual está completamente vacía. A Cristina Fernández solo la empuja el odio y de él se deriva su afán por abrazar cualquier idea y cualquier compañía que tengan la virtualidad de irritar a los que odia. Ella no va a La Habana porque íntimamente crea en nada de lo que allí se hace. Va porque sabe que eso produce escozor en aquellos a los que no puede ver.

Otro tema es por qué no los puede ver, pero eso es harina de un costal psicológico envuelto en las tinieblas de su infancia. No es nuestro tema aquí.

Lo cierto es que, movida por ese líquido bilioso que le circula por la tráquea, dijo que el FMI debería hacer una quita sustancial de la deuda porque el organismo violó su propio estatuto al prestarle dinero a la Argentina para que algunos argentinos lo fuguen.

En una frase hay tantos significados que uno no sabe por dónde empezar. En primer lugar, la vicepresidente confirma una vez más su profunda ignorancia, toda vez que insinúa creer que los dólares que ingresan en un país son del Estado (es decir de ella) y no de sus dueños.  En efecto, las divisas de un país son la contrapartida de su producto o de su crédito. Como tales no le pertenecen al Estado sino a los particulares que hacen posible el producto o que el país tenga crédito. Esas personas pueden hacer -en un país libre- con su dinero lo que les plazca porque es el fruto de su trabajo. Dentro de esas opciones está, por supuesto, resguardarlo bajo la jurisdicción legal que consideren más segura.

En segundo lugar, está el componente político de la frase, es decir plantear una estrategia de confrontación parecida a la que caracterizó a su gobierno y, particularmente, a la de su ex ministro Kicillof. Si queremos desviarnos un segundo del tema central de esta columna (el hecho del gobierno “parcelado”) deberíamos recordar cómo terminó aquella estrategia: el ministro terminó pagando mucho más de los que se debía a todos aquellos con los que la fue de malo, como por ejemplo el Club de París e YPF. Hubiera sucedido lo mismo con los holdouts de no haber ocurrido el hecho de que perdieron las elecciones y esa negociación la retomó Prat Gay para lograr un acuerdo razonable que terminó con el default de 15 años.

Pero volviendo al tema central, no caben dudas de que Cristina Fernández hizo esa declaración, en el corazón mundial del comunismo residual, para desestabilizar la estrategia del presidente y, por qué no, al propio presidente.

Esa línea de acción se continuó también cuando varios referentes del más rancio cristinismo, incluido el gobernador de la provincia de Buenos Aires, afirmaron que en la Argentina hay presos políticos. Esta idea ya había sido insinuada -además de por los propios delincuentes que están presos- por Oscar Parrilli, el amanuense de la vicepresidente, por Wado de Pedro, ministro del interior,  y por la ministra de género, la defensora de Milagro Sala, Elisabeth Gómez Alcorta.

El presidente salió a decir que “le molesta” que se diga que él tiene presos políticos porque la figura del preso político técnicamente responde a un ciudadano a disposición del poder ejecutivo. Está claro que ni este presidente ni ningún otro de la democracia tuvo presos a su disposición y que siempre estuvieron vigentes las garantías de la defensa en juicio. Llama la atención, en ese sentido, que una de las personas que afirma la existencia de presos políticos sea la defensora en juicio de Milagro Sala.

Muchos de los casos de los delincuentes presos tienen sentencias condenatorias que atravesaron la concordancia de varias instancias de apelación. Recordemos que en esa categoría se pretende incluir a De Vido, Boudou, Sala, Jaime, D’Elia y otros malvivientes similares. El cristinismo debería agradecer que, por circunstancias que no vale la pena discutir aquí, su propia jefa no está en esa condición.

Lo mismo ocurre en materia de seguridad en donde claramente hay una guerra interior entre una facción que pretende restaurar el régimen de protección a los delincuentes y otra que pretende defender los derechos de las víctimas.

Pero lo preocupante, lo decimos una vez más, es la evidencia contundente de que en el seno más profundo del gobierno se enfrentan facciones fuertemente diferentes y que el país no está en condiciones de soportar ese “partido” por mucho tiempo. O, para decirlo mejor, que ese partido siga con el resultado abierto y sin resolverse.

Estimo que la Argentina no tiene demasiado tiempo para asistir a esta esgrima de asambleas juveniles. El presidente debe tomar conciencia de que si su plan para negociar la deuda o si la mismísima idea de que la defensa en juicio es puesta en duda por quienes forman parte de su propio gobierno, el país pagará un precio altísimo por ello.

Entre las cosas que tampoco le importan a la vicepresidente están la institucionalidad y la suerte del gobierno. Recordemos: a ella solo le importan tres cosas: ella misma, odiar a los que no puede ver e irritar a los que odia. Esos son los tres vectores de su vida. No le interesa otra cosa.

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