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El FMI como catalizador de lo imprescindible

El acuerdo con el FMI constituye toda una muestra de lo que ha sido el manejo que el gobierno le imprimió a la situación en la que recibió el país en diciembre de 2015.

El desembocar en la necesidad de recurrir a un acuerdo stand by con el prestamista mundial de última instancia permite discernir con cierta facilidad el tiempo perdido por no haber presentado y enfrentado la cruda realidad al recibir el gobierno.

El kirchnerismo fundió al país; lo destruyó hasta convertirlo en un verdadero juntadero de escombros. Lo hizo, por supuesto, a nivel material porque exprimió su stock de recursos al máximo en una fiesta del presente -del aquí y ahora, como si el futuro no existiera- que consumió todas las reservas de infraestructura, de energía, financieras y económicas del país.

Pero también lo destruyó moralmente instaurando subrepticiamente, de a poco y de modo imperdonablemente duradero, una serie de convicciones culturales que pasaron a constituir una especie de segunda naturaleza nacional en un trabajo formidable que si Antonio Gramsci lo hubiera visto, habría llorado de emoción por ver realizado -quizás por primera vez en un país concreto- su prédica de cambio del sentido común medio de una sociedad.

El kirchnerismo, en síntesis, dio vuelta como una media una serie de valores de resultas de lo cual la sociedad argentina -o gran parte de ella- no sabe bien hoy en día distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo vergonzoso de lo plausible, lo que está bien de lo que está mal.

El gobierno de Cambiemos decidió ocultar esas podredumbres. Apostó al optimismo y a creer que la sola desaparición física de los esperpentos generaría un flujo de confianza imparable que arrollaría los problemas argentinos.

Ocultó el estado en que recibió el país y evitó confesarle a los argentinos los enormes sacrificios que se necesitarían para sacar a la Argentina del marasmo kirchnerista. Pero no solo optó por esa alternativa adolescente sino que de hecho, creyó que con medidas light podría ir torciendo el rumbo de la decadencia. En suma, creyó que podría ser un país normal en el que podrían permitirse la continuidad de las anormalidades.

Para financiar semejante contradicción, ordenó la crisis de los holdouts (recibida también del gobierno anterior) y, una vez logrado eso, se lanzó a pedir dinero prestado para pagar la fiesta de “anormalidades” que no se animó a visibilizar, primero, y a atacar después.

Tuvo la enorme mala suerte de que las situaciones internacionales cambiaron dramáticamente y su acceso al dinero barato se cortó. En el extremo de las argumentaciones uno no sabe si eso no es lo mejor que podría haber pasado, porque ahora el “chanchito” que permitía mantener la mentira se rompió, ya no existe.

Lo paradójico de todo esto es que el gobierno que la fue “de bueno” para no perjudicar a nadie, para no afectar a nadie, para que todo pareciera que se hacía sin dolor y sin que se notase, ha pagado -de todos modos- costos enormes y ha visto disminuir su popularidad de manera dramática. ¡Qué enorme paradoja! De repente nos encontramos sin el pan y sin la torta: todo lo que no hicieron para no “lastimar” a nadie, nadie se lo reconoce y, al mismo tiempo, se perdió el tiempo y el pico de poder para encarar los cambios que debían hacerse para torcer el rumbo de la miseria.

Ahora quienes provocaron todo este desastre se dan el lujo de dar clases, de indignarse, de reclamar y de endilgar a este gobierno lo que nos otra cosa que las consecuencias profundas de doce años de disparates.

Ahora los prestamistas se terminaron y el FMI aparece como el último escalón al cual subirse para comprar tiempo, ese mismo tiempo que se perdió en el momento más precioso de todo gobierno: su inicio.

El chirrido del freno a los disparates seguro que va a sentirse. El resto de 2018, 2019 y posiblemente 2020 serán tiempos de ajuste, una palabra que de por sí espanta a la mayoría de los argentinos, muchos de los cuales cree, encima, que ese ajuste ya se hizo. Encarar esta etapa difícil en esas circunstancias será un desafío doble.

Todo el mundo se pregunta sobre cómo repercutirá esto en el nivel de actividad que venía en crecimiento en el primer trimestre de este año a una muy saludable tasa del 3,2% y que el ministro Dujovne ponderó ayer cerrando el año en el mejor de los casos al 1.4% y en el peor al 0.4%. Eso es un freno enorme al impulso económico.

El gobierno va a necesitar un acuerdo político con el arco responsable de la oposición. Y ese es un problema adicional que enfrenta Macri, porque salvo muy raras excepciones la oposición no es responsable: es rastrera, ladina, aprovechadora, demagógica, pequeña y, en muchos casos, directamente antiargentina, si por eso entendemos cacarearse en la tapa de piano con tal de aparecer como los buenos de la película a costa de la mayoría del país, en muchos casos por intereses personales como es, por ejemplo, no ir a la cárcel.

Aunque el tiempo no puede volverse atrás, imagino a Macri arrepentido; arrepentido de no haber tomado el toro por las astas y haberle cortado la cola al gato de una vez cuando estaba en el pináculo de su gloria. Todo será más difícil ahora, aunque deberá hacer lo que siempre debió hacer. Quizás ahora, paradójicamente (y si las cosas le salen bien) termine cuidando mejor a aquellos que, con las suavidades del inicio, quiso cuidar y que, hoy, no le reconocen nada.

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