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¿De qué estamos hechos?

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Tres hechos aparentemente desconectados motivan esta columna hoy. Se trata de la comprobación sociológica de que la corrupción parece no tener una incidencia definitiva en el voto de la gente; de la aparición estelar en televisión del “Polaquito” un pibe chorro/asesino que fuma porros “nevados” y la postura del diputado Alfonsín frente a la eventual declaración de inhabilidad moral de De Vido para ocupar una banca en la Cámara de Diputados.

Se está haciendo cada vez más frecuente escuchar que el “ítem” corrupción no tiene incidencia en la intención de voto para las próximas elecciones; que es la economía (estúpido) la que gobierna todo en la mente argentina.

No caben dudas de la incidencia de las cuestiones económicas en las decisiones de la gente. Vaya eso dicho, entre paréntesis, para los que enarbolan banderas románticas etiquetando a los que piensan en términos económicos como “insensibles”. ¿En qué quedamos?, ¿nos fijamos o no nos fijamos en la economía?, ¿planteamos a la economía como el centro del Universo o hacemos pesar otras cuestiones en nuestro camino hacia tomar una decisión?

No hay dudas que la economía es un sucedáneo de valores superiores. Si una sociedad está inmersa en un caldo axiológico equivocado, podrá tener muchas aspiraciones económicas, pero no las alcanzará nunca.

Es el caso, para decirlo de un modo genérico, del socialismo: una sociedad educada en sus valores no podrá conseguir lo que ansía en materia económica pues lisa y llanamente los valores en los que el socialismo se apoya se lo impedirán.

Esos valores sociales también están entroncados con la ética y con la moral. Una sociedad en guerra con las buenas prácticas o para quienes los valores del bien y de lo correcto sean indiferentes tampoco alcanzará su felicidad económica, porque la economía depende de la vigencia de ciertos códigos de conducta y de entendimiento de lo que está bien y lo que está mal que, cuando resultan indiferentes, empiezan a producir cortocircuitos que desembocan en la miseria y la pobreza.

Es aquí donde los argentinos, por más aspiraciones materialistas que tengamos, nos deberíamos preguntar de qué estamos hechos. Porque si -como se viene insinuando cada vez con más asiduidad- es realmente cierto que a la sociedad no le interesan las cuestiones morales para decidir su voto y está dispuesta a seguir votando ladrones porque cree que eso es independiente de su suerte económica, se pegará un chasco y un golpe tremendo contra la realidad.

Votar ladrones no es neutro para la suerte económica general e individual de cada argentino: inevitablemente cada uno de nosotros resultará perjudicado en nuestra propia piel y en nuestra propia billetera por el hecho de que un conjunto de delincuentes alcances los sillones del Estado.

Los ladrones expulsan el bien y sin “Bien” no se puede generar trabajo dignamente remunerado. Los ladrones atraen el mal y con el “Mal” solo puede acabarse en la bancarrota y la miseria.

De modo que frente al hecho increíble (solo posible en la Argentina) de que personas que deberían estar entre rejas sean hoy candidatas a cargos electivos, debería conducirnos a hacernos severas preguntas a nosotros mismos sobre nosotros mismos.

En segundo lugar aparece este “chico” –el Polaquito- asesino y ladrón confeso hablando para la televisión como si fuera una estrella del fútbol, contando sus aventuras de droga y matanzas que componen hoy su vida. No hay dudas de que el país debe retirar de la calle a todos los “polaquitos” que haya sueltos de inmediato. Encerrarlos en institutos que reformen su vida. ¿Qué no existen? Pues háganlos. Es un caso similar al de las cárceles. ¿Qué no hay suficientes? Pues constrúyanlas. De a decenas, si es necesario para limpiar las calles de delincuentes. Tampoco los argentinos alcanzarán sus metas económicas –por más alejado que esto parezca estar de ese punto- con “Polaquitos” matando gente por la calle. La ley debe ser inflexible, rápida e indubitable respecto del delito. No puede haber titubeos, ni límites de edad ni elucubraciones filosóficas cuyo destino final sea que los distintos “polaquitos” que pululan por las calles sigan libres.

Por supuesto que la sociedad debe invertir en reeducarlos y reformarlos. Pero encerrados. Mientras no quede el menor vestigio de duda de que estamos frente a otra persona distinta de la que entró al reformatorio, pues allí deberá seguir. Quienes cometan delitos de adultos, serán juzgados por las leyes de los adultos. Es tan simple como eso.

Y eso nos lleva a un terreno aún más difícil y políticamente incorrecto que consiste en preguntarnos cómo la Argentina detendrá la “producción” de “Polaquitos”. Porque mientras el pauperismo mental y económico siga gobernando la mente de franjas de marginales que se asientan en villas a las que el Estado no puede ingresar, en donde se vive según las reglas del hampa, el problema se multiplicará exponencialmente, poniendo en riesgo futuro de la Argentina.

Y por último la postura de Ricardo Alfonsín frente a De Vido. El diputado radical miembro de la comisión que debe decir si eleva al pleno de la Cámara el pedido de expulsión del ex ministro adelantó que no acompañará el voto de Cambiemos que obviamente, quiere echar al impresentable “Mr Energía Desperdiciada”.

¿De qué está hecho Alfonsín?, ¿en qué piensa cuando se manifiesta en este sentido?, ¿quiere jugar a la política chiquita de diferenciarse como un radical rebelde (en una mala copia de su padre) dentro de Cambiemos?

El denominador común que cruza los tres temas es el dilema moral que afecta a la Argentina. Si no resolvemos eso, todos y cada uno de nosotros, podremos tener aspiraciones económicas de grandeza pero nos dirigiremos cada vez a mayor velocidad hacia la miseria.

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