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De abuelas y nietos

Parte de los interrogantes políticos que están en el centro de la campaña se han centrado alrededor de la idea de que Cristina Fernández se está retirando de la política y que su única preocupación es el tiempo que les dedica a sus nietos.

Parte de esa idea viene sazonada también con que ella es otra persona diferente de la que conocimos. Que está “cambiada”, no-combativa, casi con una flema pacifista. Beatriz Sarlo, el desopilante estereotipo de la “tilinga” argenta, es la capitana de esta corriente.

Quizás muchos quieran creer alguno de estos versos. O todos. Quizás se sientan cómodos con eso. Pero ninguno es cierto. Ni Fernández piensa en sus nietos (o sí, pero no del modo que esta corriente cree), ni se está retirando de la política, ni cambió y se transformó en otra persona.

Cristina Fernández está pensando (o quizás es lo que pensó siempre junto a su marido) en la construcción de un poder familiar, entendiendo por eso la fabricación de una dinastía de apellido que se perpetúe en el poder en una sucesión sin fin. Su modelo son los Romanov, la familia de zares rusos que cayeron a manos del comunismo. ¡Qué ironía de la Historia: alguien que se sube al caballo del colectivismo para recrear el modelo del Zar!

Esta es la verdadera obsesión de Fernández. Su visión es la de Máximo Kirchner presidente. Quizás esa sea una buena manera de pensar en sus nietos.

Para eso está construyendo un poder que se afiance más allá de las atribuciones del futuro presidente. En su camino está la unificación del bloque de senadores peronistas, ahora dividido entre los que responden al kirchnerismo y los que responden a los gobernadores. Del mismo modo, pretende alcanzar el quorum propio en diputados (estaría a 17 escaños de lograrlo) y en hacer de su hijo el presidente de ese bloque mayoritario.

Dominando el Senado y la Cámara de Diputados se pondría a salvo de los decretos del otro Fernández, quien ya la traicionó una vez y que ella piensa no dudaría en hacerlo de nuevo. No le importa entregar la presidencia de los Diputados al otro traidor -Massa- porque ella quiere para Máximo el dominio sobre el peronismo. Quiere usar esa masa (nunca como aquí mejor utilizado el término) crítica para solidificar el poder de la familia, las instituciones no le interesan.

Si contara con esos votos legislativos, intentaría -sin dudas- ir por lo que ella misma dio en llamar “el nuevo orden”, reformar la Constitución, terminar con el poder judicial independiente, terminar con la prohibición de la reelección presidencial más allá de dos períodos y terminar con los derechos civiles clásicos del liberalismo político, entre ellos la libertad de expresión y la propiedad.

Este es el esquema mental que tiene Fernández en la cabeza. No sus nietos. O sí, pero para que sean Romanov, no para tirarse al piso a jugar con ellos.

Por supuesto que para esto ocurra sus cuestiones judiciales deberían terminar, especialmente Hotesur y Los Sauces. Pues bien: van a terminar. Un triunfo en las elecciones terminaría de cerrar ese círculo para un conjunto vergonzoso de jueces. Wado de Pedro, uno de los sobreseídos de Bonadio en la causa de los cuadernos, se perfila para ser el ministro del interior del otro Fernández.

Es paradójica y sugestiva la posición de los jueces: siempre a la orden del poder político y en el umbral de ser las primeras víctimas del próximo.

¿Y a todo esto qué hará Alberto Fernández? ¿Permitirá el nacimiento de una dinastía Romanov delante de sus propias narices y bajo su propia presidencia? ¿O intentará evitarlo?

Sin dudas intentará evitarlo. Su primera victoria puede estar cerca. Y no se trata del probable resultado del 27 de octubre. Se trata de evitar que los senadores que responden a los gobernadores peronistas unifiquen el bloque con los kirchneristas. Hay que estar atentos a cómo sale ese partido. Si Fernández lograra que los gobernadores del peronismo clásico permanezcan en un bloque propio, la otra Fernández comenzaría a oler el tufillo a una próxima traición. Por eso no se entendió por qué el ex jefe de Gabinete de Néstor Kirchner salió a decir que no necesita de Schiaretti. Probablemente ni él sepa cuánto lo necesita.

Fernández -el peronista- depende de los gobernadores para urdir una madeja más larga que eventualmente corte los planes de Fernández, la jefa de la banda. Fernández -el peronista- también quiere construir poder. Pero no un poder familiar. Quiere construir una camarilla propia que utilice elementos más clásicos de la política que siempre hemos conocido. Lo de Fernández -la jefa de la banda- constituye una evolución superior que el país no ha conocido hasta ahora: la instalación en el centro del poder de un apellido.

¿Tendrán idea los argentinos que van a ir a las urnas el 27 de octubre de todos estos sótanos? Claro que no. Una inmensa mayoría de ellos solo vota con el color de su billetera y con el gusto de su tirria preferida. Nunca fueron amantes de la institucionalidad (o les importó muy poco) y tampoco demasiado fanáticos de la libertad.

Si los Fernández ganaran el 27 de octubre, el presidente Macri comenzará a transitar dos caminos separados: uno inmediato, el otro más lento. El inmediato tendrá que ver con su posibilidad de convertirse, finalmente, en el primer presidente no-peronista desde 1928 en terminar un mandato como corresponde. Ese camino no está asegurado aun. Si pierde completamente el control de la calle, quizás no pueda cristalizar su aspiración.

El lento lo llevará a recorrer tribunales. Los “independientes” o los del Nuevo Orden.

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