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Cambiar la mezcla

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Está claro que el país se acerca a fin de año en un escenario que al gobierno no lo conforma. Llegando al final del segundo semestre es evidente que la economía no da muestras de querer salir del monumental pozo en la que la dejó el kirchnerismo. A su vez las políticas del gobierno no terminan de dar en el clavo sobre cómo dejar atrás la hecatombe que recibió.

Está más que claro que el gobierno no produjo nada de lo que está ocurriendo, pero empieza a ser evidente que, como mínimo, las ideas que pretende implementar o no alcanzan, o están equivocadas o van a un ritmo muy lento como para superar el tsunami que le dejaron.

En ese contexto aparecen los fundadores de la debacle pretendiendo sacar -encima- provecho político de la situación proponiendo un abanico de disparates demagógicos para presentarse una vez más como los representantes y salvadores de los pobres cuando fueron ellos los que lanzaron a millones a esa situación.

El gobierno, a su vez, parece que corre detrás de los acontecimientos tratando de evitar que se concreten las amenazas de “desmanes” hacia fin de año (como advirtió Juan Carlos Alderete de la Corriente Clasista y Combativa, en una movida en la que no se distingue al que advierte del que promueve y estimula). En ese contexto confirmó un bono de entre 2000 y 3500 pesos para la planta estatal que obliga al presidente del BCRA a seguir haciendo malabares para evitar que el crecimiento del déficit impacte en el plan monetario y en la inflación.

Vuelve a resultar inexplicable -y cada vez más- la decisión inicial del equipo gubernamental de no dar a conocer cómo recibió el país el nuevo gobierno. Las deudas de todo color y calibre, desde proveedores hasta los países limítrofes a los que les compramos energía, superaban los 50 mil millones de dólares. La Argentina estaba en un estado virtual de inoperatividad. Se dice que de haber sincerado la situación, se podría haber producido un efecto estampida en los propios mercados a los que el gobierno iba a tener que recurrir para financiar semejante desastre, pero lo cierto es que desde el punto de vista de la sociedad, ésta no fue consciente de la magnitud de la quiebra.

Ahora Macri ya no podrá valerse de ese balance: ha pasado demasiado tiempo como para que levante un dedo acusador y un paraguas que no abrió cuando realmente llovía a cántaros.

El gradualismo que eligió el equipo económico se está mostrando como manifiestamente ineficaz para combatir la capacidad residual de daño que doce años de dispendio han dejado como herencia.

Está claro que una política de shock hubiera producido un efecto más rápido en las cuentas pero también una secuela de costos quizás inconcebible para una coalición gobernante tan débil. Pero determinadas cuestiones podrían haberse encarado de otro modo, incluso viéndolas desde el lado de la “picardía” política.

En ese sentido, por ejemplo, ¿por qué no se implementó la baja del impuesto a las ganancias de modo rápido y audaz para llevar de inmediato más billetes a los bolsillos de los ciudadanos? El argumento del déficit no aplica: al déficit se lo está ampliando por el lado de concesiones demagógicas, asistencialistas  y dadivosas que agravan el problema por el peor de sus costados. Era preferible apostar por una vez en la vida a una caída en la recaudación y especular que la reactivación generada por la rebaja tributaria compensaría la pérdida por la vía del ingreso del producido de otros impuestos.

Esa sola movida hubiera colocado al gobierno no solo en el lugar del que cumplía lo prometido, sino del lado de quien intenta algo distinto de lo que se hacía. La Argentina viene pagando impuestos inviables y confiscatorios desde hace mucho tiempo. Haber bajado drásticamente las alícuotas de ganancias y arreglado los mínimos no imponibles, hubiera significado quizás un impacto en los ingresos iniciales, pero el humor de la sociedad habría cambiado casi de inmediato.

Es mil veces preferible una caída en los ingresos públicos a una suba del gasto, máxime si la caída del ingreso público es el correlato de una suba del ingreso privado.

Es indudable que el approach económico debe ajustarse. Hay algunas variables que no están respondiendo a la velocidad necesaria. Máxime cuando el año que viene hay elecciones de medio término y el gobierno se juega su futuro, su paz hasta 2019 y su eventual reelección.

Esta realidad política también es conocida por los adversarios de Macri que no van a ahorrar bajezas  para desestabilizar su gobierno.

Los resortes mágicos que Cambiemos entendía iban a soltarse por el solo hecho de que la lacra kirchnerista saliera de la escena, no han funcionado hasta el momento, o, al menos, con la enjundia, que el paciente necesitaba. Ha habido muchas “escenas” positivas como el “mini Davos” y otras expresiones de potenciales inversores. Pero los hechos concretos no han tenido la profundidad que seguramente muchos funcionarios esperaban.

En este escenario el gobierno debería preguntarse si no le convendría agregar unos factores de “shock” a su algoritmo de retorno a la normalidad. Hasta ahora esa mezcla fue 99% “gradual”. El tiempo corre, muchachos. Quizás la incorporación de algunos “ingredientes” que muevan el amperímetro no solo sería recomendable sino conveniente. 

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